En estos últimos cuarenta años, no he visto otros manifiestos colectivos y públicos del llamado clero vasco que por cuestiones político-patrióticas y por enfrentamientos con sus obispos españoles-españolistas. Casi una misma causa. ¿Alguien ingenuamente pensó que iban a firmar un manifiesto en contra de la nueva ley del aborto, apoyada por el PNV? Si no abrieron la boca, como colectivo eclesial, en estos cuarenta años contra el terrorismo etarra y contra sus centenares de víctimas, y se callaron, casi todos, como mudos perros guardianes -suave metáfora bíblica-, ¿qué podemos esperar a estas alturas? Hasta la parte de razón que puedan tener en algunos de sus juicios sobre la elección de los pastores de la Iglesia, se la quita su habitual cobardía pastoral durante tantos años, derivada en buena parte de su ideología política. No tienen fuerza moral, y menos espiritual, para renegar del pastor que les envían, cuando renegaron de su más elemental deber profético ante una de las mayores violaciones humanas en Europa, sólo comparable con el terrorismo del IRA y el terrorismo de la Mafia. En esa cobardía general resaltan aún más las excepciones: el párroco Jaime Larrínaga, los jesuitas Antonio Beristain, Alfredo Tamayo, Fernando García de Cortázar, y seguramente algunos más, todos ellos exiliados exteriores o interiores: a ellos el honor y la gloria.