Las voces del silencio (XIV)

 

LO TRÁGICO DEL SILENCIO. B

 

         En pleno siglo XIX, en su poema El Monte de los Olivos, imaginando incluso un Cristo escéptico, hijo del hombre pero no hijo de Dios, que maldice la totalidad de su mensaje, lanza Vigny el grito de cólera más fuerte en respuesta al silencio de Dios, mudo, ciego y sordo frente al grito de sus las Criaturas, y amenaza al Cielo con el silencio correspondiente del ser humano: Si el Cielo nos abandona en un mundo abortado, / el Justo opondrá el desdén a la ausencia / y su sola respuesta será el frío Silencio / al eterno Silencio de la Divinidad. Más tarde escribirá: No hables ni escribas nunca sobre Dios. (…) Devuélvele el silencio por silencio.

Víctor Hugo, en cambio, nunca deja de creer y de esperar la existencia de Dios, pero denuncia  también en su poema Horror  el silencio divino: El ser espantoso calla allí en el nocturno cielo. (…) / Pasan y nadie contesta en el éter taciturno. Y en el poema Los Magos vuelve sobre el mismo silencio: Frente a nuestra raza servil / el cielo calla y nada escapa. (…) Lo desconocido guarda silencio. Gérard de Nerval, seudónimo de Gérard Labrunie, el más romántico de los poetas franceses, en el poema Cristo en el monte de los olivos –de nuevo, otro lugar de desolación- la evoca con palabras terribles y blasfemas, tras ver expandirse sobre el mundo la noche, día a día, negra, vasta, humilde y  honda, pone en boca del  Nazareno: ¡Dios no existe! (…) / Os he engañado, hermanos: ¡Abismo!, ¡abismo!, ¡abismo! (…) / Dios  falta ante el altar donde me sacrifico (…) / ¡Dios no está, ya no hay Dios! / ¡Y seguían durmiento!

En La cathedrale, refiere Huysmans el sufrimiento de algunos de sus personajes ante el silencio de Dios. Si madame Bavoil está sorda y ciega ante el Dios que calla, Durtail se siente atenazado por el eterno silencio y por la respuesta que nunca llega: por más que se acredite que Él es el Incircunscrito, el Incomprensible, el Impensable, que todos los intentos de nuestra razón son vanos, ¡no conseguimos librarnos de la turbación, ni, sobre todo, dejamos de sufrir!