Estamos más o menos informados en España sobre los miles de crímenes de las mafias en Méjico y de de ciertos abusos de la exasperada represión gubernamental, pero apenas si sabemos algo de esa matanza cotidiana en la vecina Guatemala, donde. una década después de terminada la guerra civil, hay más muertes al día que entonces. Las trasformaciones institucionales, adjuntas a los Acuerdos de Paz (1996) son todavía letra muerta. Y el obispo Gerardi, que fue el coordinador y el alma de la Recuperación de la Memoria Histórica, que reveló la resposabilidad del ejército y de las fuerzas de seguridad, pagó con su vida tal atrevimiento. Según los obispos guatemaltecos, el narcotráfico y el crimen organizado campan por sus respetos en el país, las fuerzas criminales son cada vez más poderosas e impunes, el Estado se muestra débil frente a ellas, y la justicia tiene cada día menos credibilidad. La pobreza, la miseria, la exclusión social y cultural -sobre todo de los indígenas, especialmente mujeres y niños- son el caldo de cultivo del narcotráfico, las maras, la emigración, la crisis económica o las sectas. Frente a Colombia, Honduras, Bolivia o Venezuela, que acaparan, por uno u otro motivo, la atención mundial, la pobreza de Guatemala consiste también en ser desconocida u olvidada por casi todos.