Jer 7-21; 9, 1-8
No escuchamos tu voz,
antaño dirigida a nuestros padres:
que serías nuestro Dios
y nosotros tu pueblo,
leal a tu palabra.
Nos volvimos de espaldas a tu rostro,
guiados por la necia pertinacia
de nuestros corazones.
No escuchamos el clamar de tus profetas
ni sus claras palabras
que hablaban en tu nombre.
Atiesamos la cerviz
y fuimos peores que todos los ancestros.
Siervos de nuestros ídolos,
hatajos de traidores,
dispararon nuestras lenguas mentiras y calumnias
hiriendo a la verdad,
cultivando la costumbre del fraude y el engaño.
Merecimos tu castigo,
oh Dios de nuestros padres.