En uno de los últimos números de la misma revista, el teólogo jesuita valenciano, José Ignacio González Faus, escribe una Carta a un increyente. Comienza mostrando su respeto y su valoración a no creyentes y agnósticos, pero se encuentra con que hay más conocimiento de la increencia y del ateísmo por los cristianos que del cristianismo por los increyentes, al menos en el ámbito de su experiencia. Y entre los ejemplos concretos que aduce, añade que son más los cristianos que conocen a St. Hawking, Dawkins y demás, que los científicos no creyentes que conocen textos de Polkinghorne o D. Edwards. Como son más los cristianos que conocen a Marx que los marxistas que conocen algo de la doctrina social de la Iglesia.
Faus lamenta esta situación, que necesita ser remediada, pues todos los seres humanos nos encontramos unidos ante la unica verdad del hombre, que George Bataille llama súplica sin respuesta, o Fernando Aramburu resignación lúcida, aunque el teólogo valenciano prefiera para esta última la versión espiritualista de Comte-Sponville, en su libro El alma del ateísmo, que le parece la mejor sistematización de la fe atea que conoce.
El brillante profesor y escritor jesuita constata que el libro religioso apenas se encuentra hoy en librerías especializadas, que sólo suelen existir en las ciudades, mientras en las ordinarias suele estar en las baldas del esoterismo, magia y ocultismo, y suele ser de mala calidad. Y hasta extiende el ostracismo tácito en nuestro país a todo el pensamiento cristiano, incluidas las televisiones y demás medios informativos.
Reclama por tanto un poco de respeto. Piensa que los cristianos tenemos derecho a eso y que hoy hay buenos escritos cristianos más ponderados y menos agresivos que los de increyentes. Como si al cristiano no le molestase la existencia de increyentes, mientras a estos les molesta la existencia de cristianos. Pilar Rahola ha hablado hace poco de una `cristianofobia sutil´ en nuestro país…