La sesión de ayer en el Congreso no vio la victoria del Gobierno ni de la oposición. La victoria fue, como casi siempre, la de la retórica sobre la realidad.
El Gobierno intentó de nuevo hacer apología de su actuación durante la pandemia, que nadie se la creyó, con los datos, con los pocos datos, con los confusos datos que todavía se tienen. Y los partidos que apoyan al Gobierno socialista/comunista apareció más dividido que nunca. Los partidos independentistas catalanes jugaron al independentismo y votaron en contra: ERC, sobre todo por haber contado el PSOE con su enemigo mortal, CIUDADANOS. Otros, más pequeños, se abstuvieron. La oposición, por su parte, se partió en tres. PP y VOX pensaron asistir a una moión de censura, y no era eso. CIUDADANOS buscó un hueco para sacar la cabeza de su postración y votó a favor, llevándose como palma importantes concesiones morales, jurídicas y políticas arrancadas al PSOE -que está vez tuvo miedo a perder y se humilló llamando por teléfono a los líderes-, lo que le hubieran correspondido al PP, que se abstuvo inútilmente. El PNV, con su obsessiva bilateralidad de partido confederalista y astucias de zorro viejo, logró con su voto a favor poder organizar sus elecciones en julio, rompiendo la posibildad de un ulterior estado de alarma, cosa bien vista por todos.
Seguimos, pues, con el estado actual, pero sólo para dos semanas, y con distintas previsiones de las que el Gobierno había fijado. Y seguimos con un Gobierno débil, que no tiene asegurados los presupuestos y menos la política general futura. Y con una oposición tan distinta, que hoy por hoy ni se imagina poder gobernar. Pero la gente está lejos de manifestar su estado de ánimo.