Hoy en el Congreso

 

             Se trate de aprobar el enésimo decreto para prorrogar el estado de alarma a causa de la pandemia del coronavirus, como podría tratarse de organizar un viaje a la luna, los partidos políticos españoles son lo que son; el presidente del Gobierno llegó como llegó a la presidencia del Gobierno; la oposición se opone radicalmente desde entonces a esa presidencia; los independentistas catalanes y vascos no piensan en otra cosa que en tal independencia, y los minúsculos partidos y coaliciones circunstanciales no quieren sino sobrevivir con el reparto correspondiente de las espórtulas políticas.

Y no hya más cera que la que arde. Y arde de puro interés y beneficio propio. En las tres primeras sesiones parlamentarias, todos los grupos votaron a favor o se abstuvieron ante la magnitud de la tragedia de la peste. Hasta ahí llegó su capacidad de comprensión y de cooperación. Pero, pasados los tiempos peores, no les pidas más. Y menos, si el Gobierno de la Nacións ha hecho las cosas tan mal en casi todos los sentidos, sobre todo en el político.

Tampoco puede hacer otra cosa, la verdad, tal como se formó, tal como se sostiene y tal como pretende sostenerse a toda costa. A costa incluso del coronavirus. Oyendo hoy a los portavoces de Bildu, de ERC y de CIUDADANOS, era evidente que, se trate de lo que se trate, están tan rotos los puentes, que apenas hay medios para pasar el río, cuando hay río que pase. Los lazos que nos unen están tan laxos, que no se ve a nadie que llegue a estrecharlos. Un tercio de la Cámara no se siente español  y, en menor medida, ni siquiera constitucional. De los cinco partidos nacionales, uno de ellos -¡ahora en el Gobierno!- se considera solo estatal y quiere acabar, en cuanto sea posible, con el régimen del 78. Con todos ellos llegó al poder el presidente Sánchez y su partido, y a ellos debe su puesto, que es para él, según parece, el primer objetivo. Quedan tres partidos conservadores, uno novísimo y otros dos recientes, que bastante tienen con conservarse a sí mismos; capaces de repartirse algúnos gobiernillos inestables, pero incapaces de mayores lances, porque carecen  por ahora de apoyo popular.

Cualquier debate, sea de lo que fuere, no hará más que mostrar las mismas debilidades, las mismas vergüenzas, las mismas contradicciones. Y, sobre todo, las mismas mediocridades.