Suelo decir que me interesan más los políticos de Nación que de Estado, porque sin Nación (Pueblo unido y consciente) no hay Estado, aunque el Estado -organización jurídico-política de la Nación- se haya adelantado tantas veces a una Nación débil, desbaratada o en peligro. Pero dejemos estar la expresión popular y sirvámonos de ella. Hoy nuestros políticos en general son políticos de Gobierno o de Gobiernos y tienen poco sentido de Estado (no digamos, de Nación, que incluso niegan). Lo malo es que luego, en el ejercicio partidista de sus funciones, confunden Estado con Gobierno y creen que sirven al Estado, fortalecen el Estado y hacen próspero al Estado, cuando a quien sirven es al partido o a ellos mismos, que, en el mejor de los casos, salen fortalecidos y prósperos, pero no el Estado (y menos la Nación).
Todo su lenguaje, lenguaje duro y seco, de madera, consiste en querer representar al Estado, de cuyo sentido carecen. Sentido de totalidad, de servicio, de no discriminación, de lealtad, de generosidad, de largo alcance. Los que gobiernan suelen pensar tanto en seguir gobernando, en gobernar sin fin y de cualquier manera que no sea demasiado vergonzosa, y para eso en las próximas elecciones, en las presentes encuestas, en derrotar cuando no destruir a la oposición…, que son incapaces de aspirar a objetivos más altos. Y la oposición, que no piensa en otra cosa que en gobernar, en llegar al Gobierno de cualquier manera que no sea demasiado vergonzoa, apelará cien veces al Estado (e incluso a la Nación), pero será siempre o casi siempre al servicio de sus partido, al servicio de su cúpula, al servicio del presidente del partido, que confunde habitualmente con el Estado (e incluso con la Nación). Y así suele haber Gobierno o Gobiernos, pero no gobernanza… democrática cabal.