Durante todo el tiempo de Aviento y Navidad vengo pensando, por la fuerza de las cosas, en los judíos, en el pueblo judío que, desde siglos, se vio obligado a vérselas con egipcios, babilonios, persas, macedonios, greco-egipcios, greco-sirios, romanos, árabes, cristianos occidentales, turcos, ingleses, árabes y musulmanes de nuevo… ¿Es el destino de toda sociedad, de todo pueblo, inteligente, activo, consciente, con alta dosis de responsabilidad y de vocación humano-divina? El estudio incansable de Jesús de Nazaret y de la primera comunidad cristiana me lleva cada día más cerca de esa sociedad y de ese pueblo. Y lo digo yo, que siempre he defendido, en todas las tribunas donde he podido, especialmente en el Consejo de Europa y en el Parlamento Europeo, la causa palestina, sin ninguno de sus excesos y barbaries. Me han parecido de gran calado intelectual y un modelo de norma práctica estas palabras del papa Ratzinger, recogidas de su discurso reciente en la Plaza del Pesebre de Belén, con muchas menos personas reunidas que en Nazaret: La historia nos enseña que la paz llega sólo cuando las partes en conflicto están dispuestas a ir más allá de las reivindicaciones y a trabajar juntas en fines comunes, tomando en serio los intereses y las preocupaciones de los otros y buscando con decisión construir una atmósfera de confianza.