No sabemos si este verano siguieron las excavaciones en la ciudad o mansión romana de Iturissa. Aprovechamos este último día de octubre para dar una vuelta por allí. Lo cierto es que las primeras investigadoras que dieron con pruebas fehacientes del yacimiento romano fueron Mercedes Unzu y María Jesús Peréx, que en en 1985 y 1989 descubrieron dos necrópolis de incineración.
Corren los regatos por la calle mayor de Burguete, pero no vemos un alma en las calles. Todo está en orden como siempre y vemos que la urbanización ha llegado ya a la quinta fila de villas hacia el este, siguiendo el trazado norte-sur de la calle principal. Seguimos por la pista en dirección sur, entre anchos pastizales, vallados, en algunos de los cuales pasatan vacas y yeguas. Los prados están punteados aquí y allí por pequeños rodales de avellanos, acebos, zarzamoras, espinos majuelos, escaramujos…, que pueblan también las orillas del camino. Otro rodal, mucho más alto y espeso de abetos nos alegra en medio del paseo. El Urrismunu y el Arregia nos plantan sus paredes hacia el mapa ocidental.
Pronto un panel como Dios manda nos avisa que estamos en el término de Zaldúa (Iturissa) y nos describe las obras que la Sociedad de Ciencias Aranzadi y el Museo Arqueológico de Londres (MOLA) están llevando a cabo desde el año 2012. Una caravana de matrícula francesa está aparcada junto a la valla de entrada, y un joven alto se zampa un bocadillo. Los trabajos de estos años se llevan a cabo sobre el mapa, descubierto por geo-radar, de la antigua construcción -todo un poblado, diseñado en dirección este-oeste, en los márgenes de la calzada romana desde Cesaraugusta a Summus Portus, pasando por Pompelo-, y todavía cubierta por la hierba del prado. Dentro de los 600 metros cuadrados de excavación, el último descubrimientos han sido las termas del lugar, donde se ha encontrado lucernas, agujas para el cabello, denarios, lúnulas, téseras, anillos… Una parte de la excavación se mantiene abierta y otra cubierta por lonas. Pero, mientras nos tomamos un tentempié sobre un montón de maderas cercano, se nos van acercando uns cuantas yeguas, no sé si solo al vernos o al olernos, y nos obligan, porque no paran de acercársenos, a salir corriendo más que ellas, hasta tener que volver al coche, no sin antes dejarnos sobre las tablas, por las prisas, las mandarinas del postre. ¡Que nos siguen!, le digo en francés al francés, quien, compasivo, nos ofrece un poco de agua.
-Gracias. Nos vamos.
Las yeguas se acercan hasta la caravana y extienden sus onduladas crines por encima de la débil valla de alambre.
Poco más adelante, vemos el puente, que puede parecer, al menos parcialmente, romano, pero que seguramente no lo es, aunque por algún puente tendría que pasar la calzada romana. Un bello rincón otoñal. Damos unos pasos por la senda que se interna en el bosque, pero está demasiado húmeda para continuar. Regresamos a la pista, al otro lado de la misma, hacia el oeste, y damos con el mausoleo romano dentro de una de las dos necrópolis: dos primeras hiladas de piedra de forma cuadrangular, de 4´5 metros de lado, casi completas, donde encontraron las investigadoras susodichas dos urnas funerarias y, alrededor del mausoleo, 43 más. Entre los objetos hallados: varias puntas de lanza, una urna de vidrio troncocónica y una pequeña figura como de pájaro, en bronce.
Volvemos por la misma pista. Es todo un espectáculo contemplar, al norte, la cadena de montes fronterizos, alineados y enhiestos: Adi, Pilotasoro, Mendiaundi, Menditxipi, Menditxuri… y, al otro lado de Ronncesvalles, los montes prepirenaicos, morados y semimorados, desde aquí: Donsimón (Otsolezea), Ortzanzurieta, Latzaga, Azalegi…. Y, si un día subimos Lindus a pie, por el camino de la quesería, hoy subimos en coche por la pista que parte de la base de Ibañeta hasta la muga 155, pasando por todo un corredor de puestos altos de palomeros, casetas, bordas, coches y toldos de hierba artificial que velan la intimidad de los cazadores de palomas. Desde nuestro puesto límit de cazadores de vistas, tomamos el sol y el condumio, ya sin miedo a yeguas ni vacas. A cuatro pasos, tenemos el mojón, que divide los términos de Burguete (B), Valcarlos (V) y Francia (F). El poste de direcciones, recién colocado, celebra la memoria del montañero, víctima de la pandemia, Javier Rey Bacaicoa. Sobre Roncesvalles, el mítico Lepoeder, pelado, con las últimas hayas que intentan llegar a la cima; la cordillera que protege el cuello de gallo de Valcarlos, hasta Meatze, y los montes baztaneses noroccidentales, Autza, Peña de Alba, Bagordi… Tal vez, más lejos, el Ekaitza.
Dudamos si volver por Sorogain, pero es tarde, toda Francia está confinada y nosotros también. Así que volvemos por donde hemos venido, entre hayedos inundados de seroja, troncos musgados y las últmas hojas por caer. Algunos búnkers de los años cuarenta. Visitamos a Nuestra Señora de Roncesvalles en la penumbra acogedora de su iglesia. Nos encontramos con algunos conocidos. Entramos en el ejemplar camposanto de Burguete, famoso por sus solas estelas redondas, casi todas con cruz; sin cipreses, pero con hayas por encima de las cuatro tapias.
En el alto de Erro volvemos a ver la luna llena.