Del castro de Leguin al de Santa Águeda (y II)

 

      Almorzamos junto a los cerezos otoñeados, en la finca más cercana al Arga, casi al final de la calle del Soto, frente por frente a la entrada del castro, que desde aqui se divisa imbatible. Poco antes de salir vemos al rapiño (cernícalo vulgar), marrón-bermejo, alzarse en el aire, batir las alas, bajar unos cuantos metros, batir de nuevo las alas y lanzarse en picado sobre su presa entre un campo recién sembrado y otro ya verdecido de herbales. Exitosa ha debido de ser su aventura, porque, después de un buen rato, no levanta el vuelo horizontal hasta que nosotro pasamos cerca con el coche.

Volvemos por Etxauri, casi desierto, atravesando las Tierras de los Cerezos, camino de Arraiza, lugar situado al pie septentrional del monte Villanueva y partido en dos por la carretera. Por el camino del cementerio, que simboliza un solo ciprés, y solo un poco más adelante, subimos a un altozano, que tiene toda la pinta de un castro protohistórico. En el extremo oriental del mismo hay una fea casa modesta, hecha de bloques prefabricados, rodeada en la parte sur de árboles frutales ahogados  por la maleza, y en  el occidental una antena repetidora. El cerro, de forma ovalada, de casi media hectárea de extensión, tiene 105 metro en el eje máximo por algo más de 40 en su eje corto.

Encontraron el supuesto castro de Santa Águeda tres montañeros el año 2016. Dicen que hubo antes aqui una ermita dedicada a la santa del topónimo, aunque no la he visto, ni siquiera como recuerdo, en el utilísimo libro sobre ermitas de Fernando Pérez Ollo. No hallamos rastro alguno protohistórico entre el herbazal de la superficie amesetada del cerro. Solo, al volver, un par de metros de posibe muralla encima de la pista de acceso, y un derrumbe posible  de la misma en la parte oriental del posibe castro, este mucho más visible.

Desde el cerro podemos ver hacia fuera lo que no vemos hacia dentro. Una fina niebla, que se aprieta en las alturas del Villanueva y de la Sierra del Perdón, que tenemos a nuestra espalda, nos nubla hoy la visión de la Cuenca de Pamplona, no sin dejarnos ver, en primer lugar el castro Matxamendi, del próximo lugar de Ubani. Y más a nuestra derecha, la parte alta del pueblo, con varias viviendas nuevas, en una calle que se llama Virgen de Arrigorria, no lejos de la ermita del mismo nombre, junto a un rodal de cedros, en medio de un bosque de pinos. Desde allí recorrí, un día de mayo, la romería que, pasando por Arraiza y Zabalza, llegaba hasta la ermita del palacio de Otazu.

Más claro está el otro flanco, cerrado por la cordillera peñosa de Etxauri, que acoge, entre la montaña y el río, los arremolinados pueblos, que han crecido mucho, de Bidaurreta, Echarri -partido en dos por la carretera-, y Etxauri, con el próximo castro que hemos recorrido esta mañana. Más holgado se derrama por la  suave pendiente el lugar de Ciriza, con nombre de cereza. Cerezales, con mejor o peor tono otoñal, cubren buena parte de las tierras altas de los cuatro pueblos, mientras se dejan para el cereal y las plantaciones de chopos las ricas tierras aluviales, donde se pasea, tranquilo y señorial, el río Arga, entre altaneras alamedas, en uno de sus recorridos más reposados y placenteros. Un blanco conjunto de edificios blancos, cerca del río, en términos de Ciriza, lleva por nombre Vida Nueva, centro cristiano de acogida y reinserción social, bajo el lema, como podemos ver a nuestra vuelta, Porque nada hay imposible para Dios.

Allí lejos, Olza, poblado del sigolo XXI, colgado de un montecillo.