Deu-me en aquets sentits l´éterna pau
i no voldré més cel que aquets cel blau
(Joan Maragall)
Amamos tanto este mundo,
que es tan nuestro.
Amamos tanto esta tierra en que vivimos:
esta luz de los ojos, que ven el cielo, el mar, los ríos o la nieve;
la voz de los seres queridos y los pájaros;
el olor de las flores y las cuatro estaciones;
el gusto de los vinos y las frutas;
el tacto de los besos, los abrazos carnales…
Amamos tanto este mundo
-¿no lo amó así Jesús de Nazaret?-,
que no podemos pensar
que el cielo no sea también
este bello lugar
donde Tú nos vas divinizando,
además de la gracia final de tu presencia,
que es lo más que deseamos,
aunque muy lejanamente imaginemos.
Este mundo es para siempre nuestra patria,
y solo en este mudo sabemos ser felices.
¿Qué harían nuestros sentidos
dentro de un cielo abstracto,
tan solo espiritual, tan solo angélico?
Únenos, Señor, estos dos mundos.
No dejes degradarse este bello mapamundi,
donde tu Hijo, el Cristo, nos anunció tu Reino,
y llénalo igualmente
de tu luz y tu belleza poderosa.
Si un día ha de morir
por el fuego de un sol en su agonía,
recréalo de nuevo.
Redímelo de sus leyes injustas y gravosas,
y que añada sus gozos y delicias,
y su memoria humana,
a ese Cielo infinito
que es tu mismo Ser.