Lc 1, 26-28 + (Mt 1, 18-25) + (Lc 1, 46-56)
El evangelista Lucas, del que sabemos muy poco, escribió, hacia los años noventa, o a comienzos del siglo II, los dos primeros capítulos de su Evangelio muy probablemente después del resto del mismo y del libro de los Hechos. Los mejores exégetas no se ponen de acuerdo ni en el número ni en la clase de fuentes (relatos completos e independientes) que utilizó en estos dos capítulos singulares. Pero es muy probable también que se sirviera de diferentes tradiciones de su iglesia, en la que fue seguramente dirigente y predicador, así como de otras iglesias. Su lengua materna fue con toda probabilidad el griego, que dominaba a la perfección, aunque imite con frecuencia el estilo semitizante de los LXX o Biblia Septuaginta (por los 72 sabios judíos que tradujeron al griego koiné los textos hebreos y arameos de la Biblia hebrea, entre los años c. 280 a c. 100 a. C.).
Lucas traza una línea paralela entre las figuras de Juan el Bautista y Jesús: anuncio de su nacimiento, nacimiento, circuncisión e imposición del nombre, presentación en el templo, crecimiento… El evangelista, que es un narrador culto, conocedor de la literatura judía y de la grecorromana y de sus géneros literarios, no alude al censo anterior del rey David ni al posterior del legado romano en Siria, Quirino o Quiriano, sino que finge uno universal, establecido por el mismísimo emperador César Augusto, la gran figura contrapuesta en este relato, el hombre entonces más importante del mundo, a fin de hacer nacer a Jesús en Belén, ciudad davídica y cuna de su dinastía, de donde procedería el gobernador de Israel, el Mesías, según el profeta Miqueas, y que heredaría el trono de David su padre por los siglos sin fin.
El evangelista y la tradición que trasmite presentan bellamente la concepción de Jesús por María, una joven virgen judía, prometida a José, de la estirpe de David, haciendo aparecer un ángel -la voz de Dios en toda la Biblia-, siguiendo el estilo de los nacimientos singulares de los grandes personajes bíblicos singulares: Ismael, Isaac, Samuel o Juan el Bautista, nacidos de mujeres también singulares: Sara, Ana o Isabel. Siendo el nacimiento de Jesús de María Virgen superior a todos ellos, y superior también al milagroso nacimiento de grandes hombres de su época, como el emperador Augusto. Dios es aqui el autor principal: Jesús es el Hijo de Dios, la razón más profunda de la virginidad de María, cubierta por la sombra del Altísimo. La obra de Dios por antonomasia después de la creación del mundo está por encima de cualquier poder generadoer humano. Y ahora y luego el ángel o los ángeles de Dios corearán los títulos del nuevo recién nacido, que entonces eran los títulos exclusivos del emperador romano: Salvador (Jesús), Magno, Hijo del Altísimo, rey de Jacob, Santo, Hijo de Dios.
María aparece aqui como aparecerá en la vida pública de Jesús, la creyente y discípula paradigmática, la esclava del Señor, siempre fiel a su voluntad.
Dios la regaló –kejaritomene, la favorecida-
con la intensa llenumbre de su Espíritu,
porque iba a concebir
y dar a luz tal hijo:
el Salvador del mundo,
el Hijo del Altísimo,
Magno y Santo,
Hijo de Dios.
María era entonces
una joven judía piadosa,
que pronto iba a ser,
en el público ministerio de su hijo
la creyente ejemplar,
la discípula fiel de Jesús,
la madre de la Iglesia,
la hija predilecta de Dios.