Jesús, el primer ser humano deificado

 

          Máximo el Confesor, el Teólogo o el de Constantinopla (580-662), secretario del emperador bizantino Heraclio y luego monje y teólogo activo y combativo, autor de numerosas obras, considerado Padre de la Iglesia, fue perseguido por el emperador Constante y sus  teólogos, sufrió horrible torturas por defender la ortodoxia del Concilio de Calcedonia, incluso la resección de la lengua, y murió en el exilio. Fue venerado como santo poco después de su muerte y rehabilitado por el III Concilio de Constantinopla (680-681). Es uno de los teólogos griegos más estudiados y valorados hoy día en la Iglesia occidental.

La teología griega de la encarnación fue expresada definitivamente por él, al afirmar que Jesús  fue el primer ser humano en ser plenamente deificado -completamente poseído y atravesado por lo divino-, y que todos podemos ser como él, incluso en esta vida. Para Máximo, la deificación se basa en la fusión de la naturaleza humana y divina en Jesús, del mismo modo en que cuerpo y alma se unen en el ser humano: El ser humano debería convertirse en Dios, deificado por la gracia del Dios-hecho-hombre, transformándose en un ser humano pleno, en cuerpo y alma, por la naturaleza, y en un ser plenamente divino, en cuerpo y alma, por la gracia.

Al ignorar la naturaleza de Dios, solo podemos afirmar, según Máximo,  que los seres humanos pueden de algún modo compartir su naturaleza divina. Aun cuando contemplamos a Jesús, el hombre, Dios sigue siendo una realidad opaca. Por lo tanto toda concepción incuestionable de la divinidad no puede ser sino una idolatría. El propósito de la Escritura sagrada consiste en hacernos apreciar la inefabilidad de Dios. No sirve como textos de prueba. Estas cuestiones no podrían definirse a partir de formulaciones doctrinales o bíblicas, porque el lenguaje humano no es adecuado para expresar lo divino.