La sierra de Tajonar -encinas, robles, quejigos, carrascas, zarzales y las mil flores que crecen a su sombra- ha sido uno de nuestros paseos preferidos en todas las estaciones. Allí vimos por vez primera las primaveras, los adonis vernales… Y, tras la quema pavorosa del Monte Grande, vimos, año tras año, renacer árboles, plantas y flores hasta hacer olvidar el desastre. Quizás por esa querencia, una tarde de Nochebuena, nos dimos un paseo por el pueblo, iluminado y silencioso. Y ese paseo hemos vuelto a repetir otros años posteriores. También este.
Partimos del extremo noroeste del lugar, una zona llana, ajardinada, donde está la iglesita de san Emeterio y san Celedonio, protogótica, ampliada en sl siglo XVI, de muros de sillar cuadrado y menudo, iluminada de noche en su pórtico neoclásico de ladrillo articulado por pilastras dóricas, y en su torre con campanas en ventanas dobles al sur y al este. Tajonar ha crecido mucho en los últimos tiempos, y varias urbanizaciones con jardín han ido ocupando terrenos sobre todo a lo largo del flanco occidental del poblado y en torno al bello frontón cubierto y a la amplia zona deportiva en el extremo sur. Cerca de la la fuente gótica de piedra, en forma de tienda de campaña, con dos caños, ya muy superada por las cercanas y soberbias piscinas. De los 116 habitantes del año 2000 pasaron a los 320 en el año 2016.
Bajando desde la iglesia, y pasando el asador Irurena, con un gran patio interior, nos encontramos con varias casonas de los siglos XVII y XVI, con escudos, inscripciones, puertas doveladas de arcos apuntados y ventanas geminadas. Bajando por la parte oriental, vemos algunas casas nuevas y hasta novísimas, sobre todo en el anchurón central, que hace de plaza. Hasta llegar, por un lado o por otro, al palacio rectangular del siglo XVI, de dos niveles y alero de madera, con alto portalón, escudo en la clave y tres ventanitas geminadas de arquillos conopiales en la segunda planta.
El poblado baja gradualmente, entre huertos y zonas verdes, y conserva los viejos nombres de calles: San Emeterio, San Celedonio, La Fuente, Camino del Soto, Los Arcos, San Isidro, Campo de Tajonar… A esta hora el silencio es completo, casi mágico. Algunas casas tienen unos escuetos adornos navideños, con algunas lucecitas. En la parte más baja del pueblo, entre los árboles frutales de un un huertecillo cercano a la casa, ponen todos los años un belén elemental, al que parece vigilar un Olentzero desde un de los árboles traseros. mientras en el balcón de la casa luce un repostero del Niño Jesús, y otro pequeño belén.
Todo el pueblo está limpio, bello, lustroso. Como todos los lugares-concejos del Valle de Aranguren.
El frio se va agudizando. El frío tiene algo que ver con el misterio. Y con esas luces increibles que titilan, esta tarde, en el cielo de Tajonar.