Entre la gran nevada de enero que llegaba del Sur y la nevada habitual del Pirineo, Pamplona apenas si conoció la nieve. Pero nos animó, una tarde, a bajar hasta Ujué, que solo por verlo nevado ya merecía la pena, aunque no pudimos pasar de la media calle de entrada. Y, el sábado siguiente, subimos hasta Isaba a probar fortuna. Dejando la mole del Ezkaurre a un lado, y pasada la carretera de Belabarce, la nieve cubre las dos laderas del corredor del Valle de Belagua y toda la Selva de Obieta, frente al gigante Txamatxoia, que cabalga sobre nuestra frontera con Aragón. Aquel reconfortante parador con ese nombre, el que solíamos tomar un café o picar unas aceitunas, sigue cerrado a cal y canto. Antes de llegar al Rincón de Belagua, el policía foral de guardia nos pregunta y nos responde: sin cadenas, no pasar del kilómetro 51. El Rincón está lleno de gente, de color, de coches, lo mismo que la mitad de la subida a Belagua.
Pasado el desvío a la Venta de Juan Pito, avanzamos por el término de Eskilzau, un poco más allá del refugio Ángel Olorón, recién restaurada su figura de tienda de campaña, ahora encapuchada de nieve, y, en sus aledaños, se mueven muchos aficionados al esquí de fondo. En torno al kilómetro 51 hay una larga fila de coches, aparcados en la parte derecha del carretil. Aparcamos nosotros, como recién llegados, a la cabecera de la fila. Y salimos a dar un paseo hasta donde se pueda. Una ráfaga de nevisca nos cubre de repente la vista y nos envuelve del todo. Avanzamos con dificultad y la sorteamos una y otra vez.. Pasan algunos coches en las dos direcciones. Hemos de ladearnos y cuidar de no resbalar en la orilla del talud de nieve a nuestra derecha, que cubre en exceso la baraandlla del quitamiedos. El talud de la izquierda se confunde con el el de tierra, cubierto de nieve, pero no peligroso. Tenemos Lakartxela al oeste; Lakora al norte, y todo el macizo de Larra al este: el Lapazarra, cerca, y, algo más lejos -cogullas de nieve-: la Mesa de los Tres Reyes, Añelarre y el inconfundible Arlas.
Y empezando a yantar estábamos, con el termo de la borraja en la mano, ya dentro del coche, entre nevisca y nevisca, cuando nos abordó el coche patrulla de la policía foral, conducido por una policía y de copiloto -¡vaya por Dios!- el mismo policía que nos dio el paso al llegar al Rincón.
-¡Y, además, comiendo! – oímos que dice la conductora.
-¡Que sí, que sí, que sí . Que tiene razón. Ahora mismo. En cinco segundos nos volvemos!
Y, como no hay manera de aparcar en ningún sitio, porque donde no hay nieve hay un coche, y viceversa, no paramos hasta las afueras de Isaba, y allí, en un estrecho camino que lleva a una casa deshabitada, encontramos la tranquilidad necesaria para vaciar el termo con la borraja. Aunque no haya nieve delante, que es lo que nos gusta.