A los pies del Ori (I)

 

           Es un sábado fresco y soleado de febrero, después de una semana de lloviznas y lluvias, y nos animamos a visitar por vez primera el Centro de Montaña Irati-Abodi tras su restauración.Hay una docena de coches en torno al Centro y varias personas tomando algo en la terraza del mismo. Tenemos suerte porque, a unos metros del Centro, la carretera de Francia está cortada por la nieve y podemos andar tranquilamente, contemplando en paz las dos vertientes. Porque a los que no hacemos aquí ni senderismo ni esquí de fondo nos importa sobre todo contemplar el Ori, nuestro monte por excelencia, nuestro gigante pirenaico, ahora nevado, y velado todo el tiempo que estamos aqui, interrumpidamente, por leves cendales de nubes nivales:
Busto erguido del hombre de las nieves de Navarra.
Lider de montes pirenaicos reunidos en torno a él.
Pararrayos natural, compadre del sol, padre y madre de nieves, lluvias y vientos.
Batzarre del Valle de Salazar en derredor de su totem secular.
Corro espeso y extenso de regatas, hayas y abetos rindiendo pleitesía al Ori protector, padre/madre de nieves, vientos y lluvias.
Escalera de nieve de cuatro peldaños para llegar a la cima de nuestro Pirineo.

Tenemos en frente de nosotros toda la inmensa vallonada de Pikatúa, con la cordillera del Abodi (1532 m.) al occidente, con el Alto de Irati (1494) al final de la misma, y al frente, cerrando una especie de circo, el comienzo del Pirineo, con el Adi (1458), el Ortzanzurieta (1570), Astobizcar(1499)…, hasta llegar a los 1656 del Bizkarza, los 1754 del Zazpigaña, de donde se descuelga el regato vertical Ibarrondoa (cerca del río). Y, ya en la parte más al norte del valle, el pequeño Ori (Ori Txipi) -al que un día llegué a pie en una excursión de amigos-, y el Ori de verdad, con sus 2019 metros, dos metros menos de lo que dicen muchos libros, nuestra marca más alta para gozo de todos. En algún lugar de  la hondura del valle, drenado por el Pikatúa o Urtxuzuría (regato blanco, nival), que corre hacia el pantano de Irabia, celebramos un día uno de los encuentros anuales del Valle de Salazar con los bearneses de Francia, a los que acompañaba en esa ocasión el alcalde de Pau durante 35 años y ex ministro, André Labarrère, un hombre verdaderamene encantador.

Las dos vertientes de la vallonada, francesa y española, que vierten sus aguas en el hondo y culebreante Urtxuria, están cubiertas por el fantástico bosque mixto de hayedo (fagus sylvatica) y abetal (abies alba). Crecen entre los 700 y 1700 metros, y en el sotosbosque, no demasiado espeso, crecen tejos, olmos, serbales y arces, lo que en otoño deviene un concierto fascinador de colores.