Nos han conmocionado en estas últimas semanas tanto las salvajes y criminales actuaciones de sedicentes anarquistas, militantes de la CUP y otros vándalos en Barcelona sobre todo, así como también la irresponsable actitud, en cierto modo también criminal, de los amigos del botellón, las fiestas ilegales y demás violaciones del toque de queda y del estado de alarma en toda España. Alguien habla de relativismo moral también en este caso. ¡Nada de relativismo! En este caso y, pero también en otros parecidos, menos resonantes y seguramente menos graves, la gente -¡nosotros!- sabe qué está bien y qué está mal, o, al menos, qué es lo que está mejor y qué es lo que está peor. Pero, en vez de seguir ese imperativo categórico, tan humano, nos quedamos con aquello que es más agradable paa nuestros sentidos y para nuestro interés particular. El mal, o lo contrario del bien, o el mal visto como bien, es muchas veces muy tentador, nos dejamos tentar por él y caemos en la tentación. Elegimos el mal como bien, o con apariencias de bien. No tenemos el coraje moral (libre) de resistirle. Porque nuestra moralidad es muy baja, débil, poco cultivada, etc.