En Txurikoa y Gazteluzar (II)

 

          No nos es nada difícil encontrar el castro de Gazteluzar (398 m.), a dos kilómetros de Txurikoa, en dirección a Mendigorría y siguiendo la pista principal, que sustituye la antigua vía romana, paralela al curso del río Salado. Los ríos fueron los primeros caminos y los grandes caminos los imitaron. Los ríos fueron los primigenios caminos líquidos, y los grandes caminos posteriores, los ríos secos para poder andar seguros junto a ellos. En cuanto llegamos a la vista de la depuradora de Cirauqui y Mañeru -cada uno ya con menos de 500 habitantes-, vimos el morro de Gazteluzar (el castillo viejo, para nuestros mayores). Yo  lo había visto hace muchos años, pero nunca había subido hasta él.

A la vera del estrecho camino que sube y baja por el vallecico al este del castro, dejamos el coche, yantamos y sesteamos. Mientras tanto vamos viendo la poderosa base del escarpe, el contrafuerte tal vez para la entrada y los tres fosos que, al menos, se ven desde aqui. Subimos luego por una pieza en pendiente, labrada y no cultivada, y llegamos al primer foso, donde se conserva un trozo de muro. En el planillo, andando hacia el sur, hay dos hileras de cerezos, ya podados, comenzando a florecer. Por un breve repecho, entre cañas secas de hinojos, hollagas que amarillean y vulgares zerrenzas, llegamos a la explanada del oppidum. Fue descubierto por Amparo Castiella y publicado por el puentesino Javier Armendáriz, que ya andaba de chaval recorriendo todas estas tierras.

Este es un castro muy antiguo, pues se encontraron restos desde el Calcolítico (cobre y piedra, en griego), que comenzó hace 5.000 años, entre el Neolítico y la Edad de Bronce, como puntas de silex, un hacha pulimentada y útiles varios de la Edad del Cobre. De la Edad de Hierro se hallaron cerámicas celtíberas, molinos de mano y sobre todo un molde de fundición de bronce para anillas, lo que prueba una actividad metalúrgica en el  extenso poblado. La finca, donde estuvo el poblado, está hoy labrada pero no sembrada y siempre ha debido de estar cultivada. Quizás fue en tiempose viña con olivar, por algunos retoños que crecen en los orillos. Según Asunción, mide 200 m. de norte a sur y 130 de este a oeste, y tiene forma de  riñón, según él.  Yo diría que también de arpa.

La recorremos por los tres lado, bordeando el perímetro del oppidum. Nos sorprende la altura desde la superficie al primer foso, cortado verticalmente en los flancos sur y oeste. Por el sur, termina en otro revellín inferior, similar al anterior que hemos visto esta mañana. Por unas cepas viejas que vemos, debió de estar en tiempos dedicado a viña. Estamos casi encima de las tres piscinas de la estación depuradora de aguas, en forma de amebas, que terminarán en río muy próximo, que hace aqui una gran roseta. En los límites occcidental y septentrional del poblado no hay apenas espacio donde no haya algún lienzo de muralla bien conservado o derrumbes de la misma. Incluso es fácil ver el bancal o barbacana que rodea el cerco como muralla o muro de contención En el ángulo nororiental, junto a un mojón de piedra (¿Cirauqui-Mañeru?), es donde mejor se conserva el enlace entre dos lienzos del muro circundante. Cerca hay una cabaña-refugio elemental de piedra. Piedra no faltó al constructor o constructores.

Cree Armendáriz que tal vez el castro fuera abandonado en la última edad del Hierro y que, quizas, no fuera romanizado. O que sus habitantes se hubieran traslado a lugares próximos, entre los que que cita la importante villa romana del  término de Maldabeltz (I-IV), que incluía un conjunto termal. Salimos del perímetro y seguimos por la vertiente septentrinal, donde en la pendiente del castro, separado por una espeso matorral, entreverado de espinos, se ha plantado un olivar. Sigue otro foso, donde crece un solitario rodal de pinos, y un nuevo alturón de tierra, con restos exteriores de muralla. Más hacia levante, unos alturones rocosos y un mogote, con otra cabaña de piedra encima, que hace tambén de obstáculo defensivo. Unas docenas de colmenas recogen en dos recodos el perfume de las mil flores que crecen en estos turrutales, hoy ya menos empinados que hace 3.000 y más años.