El Dios de Ignacio de Antioquía

 

            Este obispo sirio es uno de los Padres  Apostólicos de la Iglesia y uno de los primeros mártires. Su arresto y ejecución tuvieron lugar entre los años 98 y 110. Se conservan siete cartas suyas, que redactó en el transcurso de unas semanas, a las diferentes comunidades cristianas de las poblaciones, por las que pasaba en su viaje hacia el circo romano, donde sería devorado por las fieras: Éfeso, Magnesia del Meandro, Trales, Filadelfia, Esmirna y Roma, más una carta a Policarpo, obispo de Esmirna, otro Padre Apostolico.

 

Por lo que a mí respecta, escribo a todas las Iglesias y a todas les encarezco que estoy dispuesto a morir por Dios, con tal de que vosotros no lo impidáis. Os lo suplico: no mostréis para conmigo una benevolencia inoportuna. Permitidme ser pasto de las fieras por las que me será dado alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios y he de ser molido por los dientes de las fieras para ser presentado como pan puro ante él. Halagad más bien a las fieras, para que se conviertan en sepulcro mío y no dejen rastro de mi cuerpo, con lo que, después de mi muerte, no seré molesto para nadie…

 

Hasta el momento soy un esclavo. Pero, si logro sufrir el martirio, seré un liberto de Cristo y resucitaré libre en él. Ahora, encadenado como estoy, es cuando aprendo a no tener deseo alguno.

 

No me impidáis vivir. No os empeñéis en que yo muera. No entreguéis al mundo al que anhela ser de Dios. No tratéis de engañarme con lo terreno. Dejadme contemplar la luz pura. Cuando llegue allí, seré en verdad hombre.

 

Estoy maravillado de cómo la serenidad de un hombre, con su silencio, puede más que otros con su charlatanería.