El sábado santo, con sol y un cierzo animador, es un buen dia para salir al campo, hacer un viaje medio después de cambiada la hora, y visitar algún lugar que merezca la pena. Al acercarnos a Los Arcos, y frente a Bodegas Valcarlos, nos desviamos a la izquierda y nos metemos en pleno Somontano, por buenos caminos rurales que contornean las sernas de Los Arcos, Sesma y Mendavia. Es un gozo remar en coche en este mar verde de cereal, ahora que los herbales, que no tardarán mucho en granar, tienen las hojas recias y esbeltas, y que, a pesar su corta estatura, se dejan mecer por el cierzo. De vez en cuando, un altirón, un mogote, una breve superficie elevada, un amago de colina, algún corral derruido, algunas dispersas casetas de campo. Las cogujadas que espantamos revuelan que es maravilla. Despues de vueltas y revueltas, y gracias al GPS, avistamos allá cerca, un cerro testigo, que parece ser El Castillar que buscamos. Sí, ese era, ese es. Es muy de agradecer el hermoso panel que nos lo confirma y nos resume la historia y el contenido del castro, a la entrada del camino que nos lleva a él. De los dos plantones de encina que lo adornan, uno se ha secado irremediablemente.
El castro fue descubierto por el benemérito artista mendiavés Ángel Elvira y su esposa María Inés Sainz en los sesenta, cuando seguramente era todavía una finca de cereal, y fue estudiado sobre todo por la arqueóloga pamplonesa Amparo Castiella en los ochenta, con un estudio de los más cabales, sólo comparable con el del Alto de la Cruz en Cortes. Aqui también nos recibe otro panel, con fotos y contenidos distinto del anterior. El cerro amesetado, de 3000 metros cuadrados, es más inexpugnable en los flancos norte y oeste por la muralla natural de los yesones, parcialmentes retocados por el hombre, mientras en la parte oriental, más vulnerable, se abren dos fosos que la separan de un antecastro, que hace de torre de control del poblado. Al noroeste del mismo se suceden una hilada de cabezos, cerros o tesos similares, todos cubiertos hoy de pinos. Castiella encontró en El Castillar tres poblados superpuestos, correspondientes al Bronce final, al Hierro antiguo y al Hierro medio e inicios del final, cuando parece que el poblado fue abandonado en favor de otros poblados más cercanos al río Ebro, por ejemplo, el castro que existía en lo que hoy es la villa de Mendavia. A este último período pertenecen la excavación de varias casas, de forma rectangular, con sus bien visibles hogares, hornos -de los que se mantiene uno de ellos- y huecos de los postes que sostenían las viviendas. Ahí se encontró abundante vajilla torneada, molinos de mano abarquillados, canas de piedra, piedras de afilar, moldes de función, fragmentos metálicos, herramientas de hueso, pesas de telar… También restos de niños menores de un año, que solían enterrarse debajo de cada vivienda.
La excavación ocupa una pequeña parte del cerro, que probablemente estuvo también dedicado a servicios comunes o a la ganadería del poblado. Por los huesos conservados sabemos que criaban vacas, caballos, asnos, cabras, ovejas, cerdos, perros… Para su alimentación contaban también con liebres y conejos, y, entre los animales salvajes, predominantemente con ciervos. Lo que quiere decir que los alrededores no estaban, como hoy, cubiertos de pinos, sino que por allí crecían robles, avellanos, tilos, olmos, enebros, bojes…, aunque desde el Bronce hsta el final del Hierro hubo una degradación del habitat, cada vez menos boscoso y más desertificado, lo que pudo motivar el abandono del cerro. En cuanta al agua, tan necesaria para hombres y animales, no parece que faltara, pues todavía son visibles los cauces de los barrancos cercanos Viloria y La Yesa, y no está lejos el El Juncar, humedal de juncos y carrizos, al que, no hace tanto tiempo, se llevaban las vacas a pastar.
Admirable, pues, el estudio, todavía parcial, del yacimiento, y admirable el intento de mantenerlo vivo. Pero se van desprendiendo los cantiles de las catas abiertas; están sucias, rotas, y ya no sirven de nada, las telas negras que las cubrieron tras la intervención arqueológica; crecen demasiado los cardos silvestres en todo el espacio excavado, y hacen lo suyo los zorros, los conejos -con muchos cados- y los lagartos, que hoy lo habitan. Un estudio de conservación, bajo la guía de un buen arqueólogo, no vendría mal. Máxime cuando el ayuntamiento de un pueblo, asentado, al menos parcialmente, sobre otro castro celtibérico de finales de la Edad del Hierro, sabe que un día no lejano se dañó seriamente el yacimiento de Cogote Hueco o se destruyó La Veguilla, ambos en términos de Mendavia.
Desde El Castillar se divisa la villa, algo brumosa hoy, más allá de unas colinas alargadas, en cuyas laderas, a un lado y otro, maduran las viñas de denominación Rioja. Y a Mendavia vamos nosotros ahora. Cuando el camino se une con la carretera, otro tercer panel, distinto, deja bien a las claras el interés del ayuntamiento mendaviés por la joya de su castro pre-romano.
Pasado el Linares Mayor, celebramos la jornada con un vermú en una de las mesas de la Carrera, entre mucha gente animada. Pero cada uno en su sitio. Y con mascarillas.