No se trata precisamente de un elogio póstumo: hace más de sesenta año que vengo elogiándole, desde que en Roma leí su primer libro. En la Universidad Gregoriana, profesores de aquel rubio mocetón suizo, de habla alemana, hablaban de él como de un genio. Pocos años después, se hacía famoso con un libro sobre la justificación por la fe, nudo gordiano de la Reforma, en el gran teólogo calvinista Karl Barth; por su peregrinación a la apartada tumba de Teilhard de Chardin, o sus trabajos sobre la Iglesia, que incitaron a Juan XXIII a nombrarle perito del Concilio Vaticano II, a sus 33 años, igual que al otro joven teólogo alemán y colega suyo, Joseph Aloisius Ratzinger. Puntal de la actuación renovadora del Vaticano II, desde entonces, con prisa y sin prisa, pero siempre sin pausa, Küng se convirtió en el teólogo y hombre de Iglesia más fecundo, más leído, más seguido, y más influyente, y, además, más popular. A pesar de sus controversias con los teólogos más conservadores, de su remoción de la cátedra de teología de la Facultad católica deTubinga y de su deshabilitación del título de teólogo católico por Juan Pablo II, mediante el cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Pero no quiero imitar a los mezquinos comentadores -para ser suave-, que, estos días, al hablar del teólogo suizo, no piensan en otra cosa que en recalcar los puntos de disensión con el Vaticano y con la Iglesia más tradicional. Como si eso fuera lo primordial.
Porque lo cierto es que Hans Küng estuvo muy por encima de todo eso. Si puso en cuestión la infalibilidad pontificia -que distinguió bien de la indefectibilidad de la Iglesia-; si asumió la nueva exégesis bíblica crítico-histórica; se adelantó incluso a los papas en puntos clave, como la visión de la vida futura; discutió ciertas medidas o contrarreformas retrógradas de los penúltimos tiempos, o exigió la renovación de la Curia romana y ciertas reformas ya plantedas en el último Concilio y en varios Sínodos posteriores…, nunca rompió con nadie ni con nada, nunca dejó de ser fiel a la Iglesia de Cristo, ni dejó de proclamar su fe y su esperanza en Jesús de Nazaret, además de su amor entrañable para con él. Su visita al papa Benedicto XVI y su amigable relación con el papa actual lo demuestran. Es verdad que algunos lamentamos su no rehabilitación por el papa Francisco, pero entendemos bien la dificultad de este para deshacer lo que sus inmediatos predecesores, en un momento de debilidad, contando con alguna intemperancia de Küng, llegaron a hacer.
Escribió, después de estudiarlos a fondo, con una curiosidad intelectual uiniversal pocas veces vista, sobre todos los temas esenciales de la fe en nuestro tiempo: Dios y su existencia, Cristo y su encarnación, la Vida futura, la Iglesia, el Judaísmo, el Cristianimso, el Islam, el Ecumenismo, la Justicia, la Paz, la Ética… Cada tema es un libro grueso o varios, que agotan o casi agotan todas sus posibilidades. Fue un escritor admirable, claro, sugeridor, divertido, cultísimo. Nadie habló como él al hombre de nuestro tiempo. Nadie aprovechó la inmensa cultura filosófica de todos los tiempos. Filósofo y teólogo, teólogo y filósofo, en la mejor tradición germana, buen narrador, polemista cuando era necesario, excelente dialéctico, apologeta concordista y ecuménico, orador excelso, artista siempre, poeta y místico en los momentos más importantes. Muchos de mis poemas religiosos han nacido de su lectura y de la meditación de la misma.
Cuánto le debemos millones de creyentes en Jesús de Nazaret y en la Iglesia de sus seguidores. Fue el ilustrador, el animador, el confirmador y el confortador de nuestra fe. Y sigue siendo. Y lo será hasta nuestra muerte.
Quien quiera conocer bien su envergadura humana, cultural, teológica y cristiana puede leer la preciosa Laudatio, que le dedicó sus discípulo Manuel Fraijó, cuando le fue otorgado el título de doctor honoris causa por la UNED española, en 2011, y todavia le quedaban diez años de intensa creatividad. Cuando fue liberado, bien a su pesar, de su cátedra teológica, se volcó en su muy antigua vocación ecuménica, y desde entonces es innumerable, y no solo desde su Fundación Ética Mundial, el catálogo de iniciativas, religiosas y civiles en forma de viajes, libros -casi una decena-, revistas, congresos, seminarios, plataformas internacionales…, al más alto nivel mundial, en favor del diálogo interreligioso, y de una ética común entre religiones al servicio de una ética mundial por la paz, la convivencia y la justicia en todas las naciones de la Tierra.
Y me dejo, por no conocerlas bien, un buen número de sus creaciones, libros incluidos, vg., sobre intelectuales europeos, de Pascal a Dostoievsky, de Mann a Kafka, asi como sobre la ecología, la vida social, la literatura, la música, la música de Mozart…
Hans Küng -dijeron las agencias internacionales- murió en paz en su casa de Tubinga. Él abogó frecuentemente por la muerte en paz, un capítulo supremo de la ética. Pero para él, la paz era mucho más. Era una metáfora muy humana de Dios.