En las canteras romanas de Cascante

 

          De Monteagudo, pasando por Tulebras, vamos hasta Barillas, que encuentro muy rejuvenecido. Estuve viniendo, durante cuatro años, a las fiestas de San Miguel y desde entonces no había vuelto a verlo. Siguiendo un rato hacia Malón, vemos salir de una viña un pequeño gamo, o eso nos parece, cruzar la carretera y perderse en el campo. Volvemos para llegar a Cascante a buena hora. Con el GPS en mano, atravesamos  el centro del pueblo, camino de las canteras situadas a dos kilómetros, al noroeste de la ciudad.

Aqui tenemos que evocar aquella ciudad celtibérica de Kaiskata, con ceca propia, después municipiun romano, con el nombre de Cascantum, título otorgado por Augusto con el Fuero de Lacio; hoy soterrrado bajo los edificios actuales; centro cívico, económico y social  entonces de toda la Ribera baja de la actual Navarra, como pudimos ver cuando recorrimos las vías que de él partían y a él llegaban. La ciudad era importante y en sus alrededores, según nos recuerda uno de los paneles informativos, en cada medio kilómetro había una villa romana. Lo que exigía una gran actividad edilicia. Los romanos fueron a buscar la piedra un poco lejos, pero dentro todavía de sus términos.

Nosotros vamos bien dirigidos, entre olivares viejos y olivares nuevos, algunas viñas y algunos campos de cereal, en los que vemos por vez primera este año los herbales encañados. Cuando llegamos a una de las señales que indican el itinerario de las canteras, nos equivocamos y tomamos una pista a la izquierda que nos lleva a casi una hora de despiste, pero que nos hce conocer una vasta superficie de terreno bardenero, con muchos cabezos, pequeños escarpe, oteros, cerros, amesetados o no, con multitud de pedregales, que nos confunden varias veces y varias veces nos hacen bajar, recorrerlos y volver a subir, porque el GPS nos advierte que estamos fuera de la pista. Vemos una y otra vez la señal de la Cañada Real. Llegamos por fin a una hondonada quebrada, convertida en muladar, llena de huesos mondos de animales, cerca de una balsa artificial de aagua, casi llena. Nos pasa por encima una pareja de cuervos. Como  sobre la hondonada hay, a  un lado y a otro, grandes masas de piedra, llegamos a pensar que hemos llegado al destino. Nada de eso. Bajamos a un nivel más cercano al Valle y seguimos por una pista que atraviesa una zona parecida de cabezos y mogotes con muchas piedras. Pero aún nos falta un rato. Hasta que damos con un  panel informativo, que nos sitúa por fin en el punto exacto que buscábamos.

Estamos sobre un suelo de arcillas, limos, piedras arreniscas y conglomerados, formado hace 22 millones de años con los lagos, las lagunas, los humedales, que hemos visto esta mañana, propios de esta sona que ahora llamamos Valle del Queiles y Valle del Ebro. Desde hace dos décadas la arqueóloga cascantina Marta Gómara y una entusiasta Asociación de amigos de Cascante, Vicus, han ido revalorizando estos terrenos, donde crecen las ontinas, el esparto, el escambrón, la hollaga y el tomillo, y han hecho de ellos un itinerario cultural, recorrible a pie o en bicicleta, bajo el titulo de proyecto Quadraria, que tiene, entre otros, como fin principal contemplar algunos de los talleres de extracción  y talla de piedra en tiempo de Roma. En algunos de ellas, los más visibles, se conservan bloques de piedra arenisca que se cortaron parcialmente con picos y cuñas y no se acabaron de sacar; en otros casos los bloques de piedra tienen forma de silla o sofá, poque no acabaron de extraer todo el material del bloque, como vemos en la cantera cerca de la villa romana de Piecordero. En contra de los que pensábamos, los romanos -por medio de soldados, esclavos, mercenarios…- preferían las canteras a pie de tierra, mucho má manejables que los altos peñascos que abundan en la zona. En algunos casos  la cantera está muy delimitada sobre el terreno, pero ya no queda un centímetro de la roca que destaque sobre el suelo: todo se extrajo ya.

Los romeros no se ven desde aqui, pero sí los pinos que ornan y protegen a Nuestra Señora del Romero. Hacia allá volvemos, entre olivares, viñas ya despiertas, algunas tierras de sembraduras, algunos árboles frutales…