En el castro de Gorriza

 

El poblado de Gorriza (más que «rojo», duro, pelado, descarnado) entre Arguiñariz y Etxarren de Guirguillano, perteneció al señorío de Belascoain. Tenía 4 habitantes en 1853; 15 en 1887; 8 en 1950 y ninguno en 1960. Desmontados los restos del poblado, solo queda en pie la sencilla iglesia románica, ya desafectada, con su ábside semicircular, bóveda de aristas y coro de madera, cuya imagen titular de Nuestra Señora de Gorriza se guarda en la iglesia del próximo municipio de Artazu. Las 112 hectáreas de su denominación pertenecen al Patrimonio Forestal de Navarra.

Merece bien un viaje , en estos primeros días de mayo, llegarse hasta aqui, aunque solo sea para acompañar al río Arga en uno de sus tramos más sosegados y bellos (Etxauri-Puente la Reina), entre una vegetación ufana y rozagante a los dos flancos de la carretera. Solo que, en un fin de semana, el tráfico de coches, motos y bicicletas puede perturbar un tanto el sosiego de la naturaleza. Acertamos esta vez con la entrada, que carece de toda señal, y subimos decididos por una ancha pista, obra de siglos. Buena parte de estas laderas, últimas estribaciones del Esparatz, fueron repobladas en los años sesenta con pinos laricios, salgareños o negrales, tan longevos que pueden durar más de mil años, y resistentes a la sequía y al frío. Junto al arce de Montpellier, espinos navarros, rosales sivestres, tomillos, ollagas, ruscos, siemprevivas, y las alegres flores de mayo que voy mencionado en las últimas excursiones, abundan en este itinerario, a la vera del camino, los linneanos pistacia lentiscus y, en menor número, pistaccia therebintus, mutuamente hibridantes, especies del género pistaccia, verde perenne, hojas coriáceas , y drupas rojas y negras como fruto, intensamente deseadas por los pájaros; con largas propiedades terapéuticas (contra la gota o la leucorrea) e industriales (desde la almáciga a la aromatización de licores). El terebinto, planta bíblica, se merece 30 nombres castellanos: cornicabra, descuerna-cabras, higuera silvestre, quemaculos, árbol de trementina y… hasta árbol de Nuestra Señora. En Arguiñáriz los llaman, o los llamaban, basolivos: olivos del bosque, olivos silvestres.

Al subir, vamos viendo, al otro lado del río, la envergadura del macizo frontero de Vllanueva, más libre de pinos que los contonos de Gorriza, pero no del todo. El macizo recoge en sus faldas un buen número de despoblados, que solíamos visitar, en nuestros buenos tiempos, partiendo del poblado/despoblado Sarría: Sotés, Villanueva, Ecoyen y Samazal/SanMarcial. En una de las varias curvas de la pista vemos allí arriba la ermita, un poco más lejana de lo que dicen las guías. Damos de pronto con el camino de Etxarren, que sigue hacia el sur. Desaparecen por fin los pinos y andamos entre grandes encinas, robles, quejigos y bojes. Camino de la ermita, vemos una higuera supérstite, con brevas todavía verdes.

Por estos parajes llanos, sobre roca a flor de suelo, estuvo el castro, formado geológicamente por un espolón rocoso (490 m.), inclinado hacia levante y rodeado de escarpes en tres de sus flancos, así como protegido en su sector occidental, menos defensible, por un talud artificial y una pequeña depresión frente a él. Como es natural, la aldea que aquí existió y la ocupación humana todavía reciente hacen difícil el estudio del yacimiento original. En la ladera meridional del mismo se han descubierto algunos fragmentos de molinos de mano barquiformes y unos restos de cerámicas manufecturadas, que evocan el Bronce Final o Hierro Antiguo. Mirador dominante sobre el desfiladero atravesado por el río Arga entre Belascoain y Puente la Reina, desciende próximo el barranco Gorriza, que desemboca en aquel. A nuestra vista tenemos en primer lugar Arraiza y su ermita de Arrigorria, la bocana de Val de Etxauri, hasta los montes que cercan por el este la ciudad de Pamplona. Siguiendo al Arga hacia el sur, divisamos enfrente el levantado Artazu y los montes de Mañeru y Mendigorría..

Después de bajar, intentamos buscar un lugar para almorzar a orillas del Arga, pero los dos pequeños recodos no están disponibles. Así que seguimos, entre pinares, pasando por la restaurada iglesia del despoblado Orendain, hasta nuestro familiar Alto de Guirguillano. Pensábamos después llegarnos al castro de Oro en Salinas, pero cambiamos por ver la Salinas sin más. Pues, ni una cosa ni otra, porque un despiste en estas enredadas carreteras, nos hace ir por la más curvosa tal vez de toda Navara, contemplando Esténoz, Muzqui, Irujo, Arguiñano, Guembe, hasta llegar a Munárriz, que hace años no veíamos. Qué blanco, qué renovado, qué alegre de gente está a estas horas del sábado: su iglesia, su torre medieval, sus tres casas rurales, su nuevas viviendas… Por todas partes lirios morados, caléndulas, buen gusto. Hablamos con uno de sus residentes de fin de semana: nos lo confirma. Urdánoz, en obras, también se ha remozado; vemos, además, muchos gatos. En Aizpún, en el hotel de Aipún, que ha convertido la pequeña capital del Valle de Goñi en los elegantes contornos de un hotel, tomamos cervezas con gaseosa y con limón. Y luego, por fin, tras dejar el pueblo de Goñi para otra tarde, volvemos por el mirador- ¡el otro mirador!- sobre la cubeta-cuenca del Valle de Ollo y el curso del Araquil, en su mejor exposición natural de primavera.