Los discursos buenistas del presidente Sánchez y sus ministros -boca de ganso- no llevan a ninguna parte. Se puede ser serio y justo, sin agresividad alguna y respetando todos los cánones de la recta diplomacia. Pero, por desgracia, para todos los Gobiernos españoles, Ceuta y Melilla han sido siempre asunto menor y toda la iniciativa la dejamos hace muchos años en manos de Marruecos, que ha hecho de ellas un continuo uso del chantaje, junto con el terrorismo y la inmigración. La política de Trump, que difícilmente se atreverá a revertir Biden, y la formación del débil y antinatural Gobierno de Sánchez le han dado más alas todavía, y ya solo faltaba la crisis económica agudizada por la pandemia en Marruecos y el incidente del líder saharaui para llegar a esta máxima provocación, que España, una vez más, afronta, a pesar de algunas recias palabras, con miedo y complejo de inferioridad.
Marruecos -el rey de Marruecos, claro- quiere, desde hace tiempo, hacer la vida imposible a Ceuta y Melilla y generar la idea en la opinión pública española de que solo dan problemas, preparando así, año tras año, el cansancio y las ganas de que España se desembarace de ellas. La marcha verde fue un precedente. Antes lo había sido Sidi Ifni. Después ha habido muchos más. Cuando el rey alauita y su Gobierno ven que no hay resspuesta por parte de España, siguen, avanzan, no cejan. Es la llamada táctica del salami: loncha a loncha, sin que se note mucho. Si, como en el caso de Perejil, se retiraron por el foro, fue porque el Gobierno español respondió rápidamente. Pasado el tiempo, volverán a intentar algo de nuevo: cierres de frontera, ahogo económico de Ceuta y Melilla, pasaportes marroquíes en las dos ciudades, cierre de la frontera comercial de esa segunda ciudad. Y ahora, en un momento muy débil del Goberno biàpatito de España, y en tiempo de una grave crisis de pandemia, esta marcha negra, en la que tal vez han ido demasiado lejos. Ceuta y Melilla y el Sáhara Occidental, sobre cuya cuestión España mantiene una postura teóricamente firme pero prácticamente tibia, son los objetivos, los fines. Todo lo demás son medios. Mientras tanto, ellos juegan a esperar el desafío demográfico marroquí en las dos ciudades de nuestra soberanía, y el cansancio de la población española de cara a un futuro referéndum -y no es solo un sueño marroquí-, en el que se nos pregunte por el abandono de las dos ciudades. El fácil abandono del Sáhara Occidental Español es para ellos un buen recuerdo y una lógica esperanza. El apoyo de los independentistas catalanes, por boca de Puigdemont, ya lo tienen. Por parte de una buena parte de la llamada Izquierda española, también.
La mejor ventaja política que España tiene es nuestra pertenencia a la Unión Europea. La UE riega de euros al Reino de Marruecos a causa de la pesca, de la inmigración, de las frutas y hortalizas, de la contención del terrorismo… Ahí España puede jugar fuerte. También, los 800.000 marroquíes que viven en España son una realidad no despreciable. Ni la muy activa presencia de empreasarios españoles en Marruecos, además de nuestro turismo. Las líneas rojas se trazan valientemente no con amenazas, sino con firmes razones de convicción y acuerdos mutuos, basados en realidades provechosas para todos.
Ante actitud y actuaciones tan agresivas como las que viene llevando a cabo nuestro vecino del sur, España tiene que superar la narrativa marroqui peredominante, separando las dos ciudades de soberanía de toda tradición colonial y jugando la carta de puente de la Unión Europea con África. Sustituyendo el buenismo con el realismo. Y la vergonzante política tradicional con un patriotismo español y europeo actual, social y ecuménico.