Ya que aquí, como en muchas partes de España, se come, los domingos, después de las tres, tenemos tiempo para preguntar a un paisano por el asador más próximo:
–Siguiendo por esa calle que sube, tienen uno a la derecha y otro a la izquierda.
El primero a la derecha que encontramos se llama El Corralillo, en la calle del mismo nombre. Estamos solos en la terracilla, desde donde se ve el ala occidental del castillo que acabamos de visitar. El dueño se lamenta de los meses de reclusión, pero no ha perdido el humor. El plato no se elige. Aquí es automático: lechazo y ensalada de Peñafiel. Con vino que tampoco se discute. Nosotros no distinguimos entre paz y gloria terrenales.
¿Y qué hacer en esa hora tonta entre la siesta y el tiempo de salir? Pues nos vamos al próximo castillo de Curiel, que nos ha llegado a los ojos varias veces. Basta seguir al río Duratón, que llega fatigado a su destino, y ya casi hemos llegado. El municipio de Curiel tiene 120 habitantes, pero tiene de todo. La iglesia de Santa María, gótico mudéjar del siglo XV. El Museo Etnográfico, ubicado en los antiguos lavaderos. La Escuela del ayer, que era como la mía, hasta en la estufa, que casi nunca funcionaba. La ermita del siglo XVI. El Arco de la Magdalena, uno de las puertas, que se abrían a la muralla, que llegaba hasta el castillo. La iglesia de San Martín, reconstruida como bodega. Y el Rollo y Cruz de Canto.
El castillo de Curiel no es tan elemental y vertical como parece desde lejos. Se diría que es un bonsái del de Peñafiel. Pero ¡ojo!, que es mucho más antiguo, construido en la Alta Edad Media sobre el castellum romano, levantado a la vez sobre un oppidum de la Edad de Bronce, como lo revelan unos fosos bien visibles. Fue un castillo eje en la repoblación del Valle y punto estratégico para su control, propiedad de varios reyes leoneses y castellanos, y hasta parte de la dote de varias reinas, como Berenguela de Castilla y Catalina de Plantagenet. Hecho una ruina hace unas décadas, una empresa hotelera lo reedificó y convirtió en una Posada Real, a comienzos de este siglo. En este momento, la maldita pandemia lo tiene cerrado.
Pero Curiel tiene otro castillo, el castillo llano, en la parte baja del pueblo, el castillo-palacio de los Zúñiga, levantado el año 1410 por Diego López de Estuniga o Zúñiga, procedente en línea directa del primer caudillo navarro Íñigo Arista. Se conservan solo dos torres y el paño de muralla entre ellas. Las ruinas del interior, donde se encienden las flores de mayo, es espectacular. El palacio pasó a la Casa de Osuna. Y en 1920, su enésimo propietario lo vendió a trozos al mejor postor, de España o de California.
Aúnún hay otro lugar que poder ver y disfrutar en Curiel; el bar en medio del pueblo, regido por un matrimonio polaco, donde se solazan un corro de varones y otro familiar, y nosotros con un café, de nuevo bajo un castillo.Seguro que todos estos vecinos saben bien y lo repiten con frecuencia el refrán identitario de su pueblo, cuando les hablan del pueblo vecino
Buen castiilo tendría Peñafiel / si no tuviera a la vista el de Curiel
Vueltos a Peñafiel, damos una vuelta por calles y plazas, ya conocidas, desde la célebre del Coso hasta el Parque de la Judería, con su playita fluvial. Los títulos actuales del callejero local, como ya anoté la vez anterior, van escritos en una base de madera, en la que se escriben también los nombres anteriores, muy diversos entre 1931 y 2000, año de la iniciativa.