La semana pasada, la Iglesia española copó minutos y papel más que en todo un año. ¿Cómo es eso? ¿Un inusitado interés por la obra social de la Iglesia con emigrantes, enfermos, pobres en todos los rincones de España? ¿Tal vez por la 25ª edición de las Edades de Hombre en tres ciudades castellano-leonesas? ¿Por el Congreso en Madrid de los líderes políticos católicos iberoamericanos? Nada de eso, desgraciadamente. Lo que copó minutos y papel fue la nueva vida del hasta hace unos días obispo de Solsona, Xavier Novell, célebre por sus muestras públicas en favor del independentismo catalán, en un piso de Manresa con una psicóloga y escritora de novelas eróticas con elementos satánicos, divorciada de un ciudadano marroquí, madre de dos hijos y 14 años menor que él. Todo ello acompañado de una solicitud de dos clérigos de la diócesis pidiendo un exorcismo para el pastor saliente.
Hasta aqui la noticia sabida por todos. La famosa religiosa dominica Lucía Caram, que no tiene pelos en la lengua ni la sin hueso quieta, alertaba, poco después, del complejo estado emocional del ex-prelado, y del desequilbrio del mismo, que pasó de estar vinculado a terapias de curación de la homosexualidad, promovidas por Verdad y libertad, desautorizadas por el Vaticano, y de decir barbaridades de divorciados y homosexuales, y convertirse en martillo de herejes, a irse al otro extremo.
Testimonios internos, que recoge con prudencia y respeto VN, informan que ya en diciembre de 2010, en su consagración episcopal, Novell adelantó que sorprendería a sus feligreses y que iba a llevar a cabo una revolución tal en la diócesis sin parangón desde el inicio del cristianismo. Lo cierto es que aquel joven ingeniero agrícola, que estudió teología en la Gregoriana de Roma; que vivió en el Colegio Francés, no en el Español, donde vivió su antecesor, el obispo que le hizo su secretario, Jaume Traserra, mi condiscípulo en él; que hizo una tesis doctoral brillante… volvió de Roma «endiosado y con una mirada integrista», y fue consagrado obispo a los 41 años, en plena era del cardenal Rouco.
Por lo demás, tanto la Conferencia Episcopal como los obispos de Cataluña y su clero diocesano, excepto esos dos humoristas citados, han guardado un elemental silencio o han afrontado el caso con discreción, prudencia y, a lo sumo, en ocasiones, con mayor o menor sorpresa.