Las catedrales (y II)

         Si las catedrales sintetizan la unión de las tres Iglesias, arriba mencionadas, la Iglesia militante se reúne para toda clase de celebraciones en los primeros templos diocesanos. Entre las fiestas más populares estaba, desde el siglo XIII, la del Corpus Christi, que partía desde la catedral y recorría la ciudad, en un alarde de arte y devoción, donde se daban cita la exquisita orfebrería de las custodias, la jubilosa música de los coros, la alacre danza de los grupos de baile, el  variado perfume del incienso, de la albahaca, la lavanda y  las rosas extendidas a lo largo de la procesión. Pero las procesiones desde la catedrales o dentro de las mismas eran muchas más. Nos lo evocan en la exposición catedralicia el Misal Oscense, dell siglo XIII; la cruz episcopal de Burgos, del XVI; la capa pluvial del cardenal Gil de Albornoz, o la custodia coeténea de la catedral de Zamora, de Pedro de Ávila.

Las catedrales sustityeron en buena parte a los monasterios medievales como lugares preferidos por los personajes más notables para su definitivo descanso. Primeramente en los claustros y dentro del presbiterio, y después en grandes espacios funerarios individuales, unidos al templo. Capillas enteras funerarias fueron dedicadas a los fundadores de las catedrales, cardenales y obispos diocesanos en Toledo, Salamanca o Burgos. Las de Oviedo, León, Santiago de Compostela, Toledo, Pamplona, Sevilla o Granada acogieron los resrtos de los reyes de Oviedo-León, Castilla, Navarra y España. También la alta nobleza cosntruyó sus cámaras sepulcrales dentro de las catedrales, con majestuosas capillas, como las los Luna en Toledo, los Condestables en Burgos, o los Velaz de Murcia. Representando a esta Iglesia purgante o doliente la muestra exhibe una rica colección de sarcófagos y cajas sepulcrales de varias catedrales hispanas, junto al tenebrario de Burgos o el ajuar dejado por el arzobispo toledano, el navarro Jiménez de Rada, proveniente del monasterio cisterciense de Santa María de Huerta.

Presente está también, de muchas maneras, en las catedrales cristianas la Iglesia triunfante, que ya ha alcanzado la luz eterna. A ella iban dirigidas muchas de las plegarias que se alzaban en el templo en alabanza de su santidad y en demanda de intercesión. Muchos de sus altares, con sus esculturas, pinturas y artes decorativas, no eran más que la exaltación de los triunfadores de la fe. Algunos de los cuerpos de santos y santas oficiales reposaban en las catedrales  y sus sepulcros se convertían en lugares de peregrinación y culto. Baste recordar lo que significó durante siglos el sepulcro-monumento de Santiago en la seo de Santiago de Compostela, y en otros muchos templos en relación con sus santos locales. Y donde no había cuerpos sepultados, habia reliquias, todo tipo de reliquias por cierto, en suntuosos relicarios, en forma de cálices, brazos, bustos, arquetas…  De aqui que no puedan faltar en la exposición burgalesa las miniaturas de la Historia Compostelana, propiedad de la Universidad de Salamanca;  notables relicarios de varias catedrales españolas. O el preciado Tríptico-relicario de las Tablas Alfonsíes, que se guarda en la catedral de Sevilla.