La mañana del sábado, subo por la Cuesta de Carvajal y me detengo en la Salmantica Sedes Antiqua Castrorum, abierta frente a la Cueva de Salamanca, hace solo dos años, tras el descubrimiento de una gran muralla (32 x 3´5-7 m.), del siglo IV a. C., endosada parcialmente a la Cerca Vieja medieval, con la que casi coincide. Era la muralla que defendía el castro vacceo, tras el traslado de sus pobladores desde el actual Cerro de San Vicente hasta el teso de las catedrales, en cuya ladera nos encontramos. La imponente muralla, las cerámicas céltíberas encontradas y los paneles de los poblados vacceos y vetones de la Provincia ocupan el pequeño y muy incitante espacio subterráneo abierto a ras de calle. Hasta aqui llegó Aníbal en su incursión del año 220 a. C. Vacceos y vetones, al norte y sur del Tormes, hicieron a los salmantinos mestizos de dos culturas.
Pasado el Patio Chico y llegado a la explanada de las catedrales, frente al antiguo palacio episcopal y hoy museo diocesano,, la gente se arremolina en torno a un coche de época, de donde salen una novia vestida de blanco con su padrino. A la puerta catedalicia los esperan, haciendo un pasillo de honor, unos cuantos policías nacionales y guardias civiles, con uniformes de gala. Ayer los encontré saliendo de San Esteban, en la fiesta de los Ángeles custodios, y hoy los encuentro aqui en una boda, supongo, de personas del Cuerpo. Visto lo cual, y suponiendo que las visitas turísticas no serán posibles en un buen rato, sigo hasta la Universidad. Antes me detengo en el antiguo rectorado, hoy Museo de Miguel de Unamuno, donde un buen día me recibió su hija Teresa, entonces directora del Museo. Veo con gusto que la rectoral parra de los versos del rector salmantino, ahora sosteniendo uvas negras, ocupa no dos, sino tres de los balcones del segundo piso.
Tras saludar a la estatua de fray Luis de León, que mira compasivo a los cientos de turistas, que, delante de él, andan buscando las ranas de la fachada plateresca, entro en el Patio de las Escuelas Mayores, y voy visitándolas una por una, volviendo a leer las inscripciones de las numerosas placas fijadas en sus muros, o directamente las leyendas en los muros mismos. Leo con emoción la laude a mi viejo y admirado amigo alavés Lamberto de Echeverría, doctor in utroque y por muchos años capellán de la capilla contigua. Viendo la mayoría de estas placas, que expresan la gratitud y admiración por la universidad salmantina de una variadísima multitud de ex estudiantes hispanoamericanos, me apena recordar la incesante destrucción de esculturas, monumentos, nombres de calles y de instituciones en honor de los descubridores, reyes, misioneros… en toda América. ¿Vendrán también hasta aquí a arrancar estas placas, estos textos, estos preciosos testimonios de sus antecesores ?
Por la tarde, visitamos Alba de Tormes, al oeste del Campo Charro y capital de Tierra de Alba. Entramos por el largo puente de piedras sobre el Duero, reconstruido sobre el puente romano de la calzada de la Plata. La pequeña villa se extiende entre el río y el alto torreón del castillo de los Alba. Ahí sigue sin terminar la ingente basílica dedicada a la santa, en un empeño faraónico de los siglos XIX y XX. Hasta que no subimos a la plaza de Santa Teresa, toda ella teresiana, no nos reconciliamos con el lugar. Aqui fundó Teresa de Ávila el convento reformado en 1571, cuando vivía en Alba su hermana Juana de Ahumada casada con Juan de Ovalle, y aqui murió, el 4 de octubre de 1582 tras acudir, llamada por la duquesa de Alba, para que acompañara a su hija en el parto.
Nos detenemos en la iglesia carmelitana (siglo XVI), que, en el IV centenario de la muerte de la santa, visité con mi madre, gran devota y lectora suya. Tiene en el retablo mayor la urna con sus restos, y el corazón y un brazo en sendas urnas laterales. No me gustan estos troceamientos de los cadáveres, propios de otros tiempos, pero los respeto, claro. Tras recorrer una pequeña galería de recuerdos y el cuartito, tan sofisticado, donde murió Santa Teresa, vamos al nuevo Museo Carmelitano, cerca del convento. Un museo sorprendente, rico en pinturas, esculturas, orfebrería, ornamentos… y regido por unas jóvenes encantadoras.
Participamos después en la misa dominical en la iglesia de San Juan, que hace las veces de parroquia, por encontrarse en obras la titular de San Pedro. De las siete iglesias del lugar, la de San Juan es la más hermosa: románica-mudéjar del XII, y monumento nacional. Si espléndido es el Calvario del altar mayor, tanto o más es el apostolado, de piedra arenisca y policromado, joya del románico español. A los que hay que añadir un crucificado del XVI y un cuadro de Cristo atado a la columna, de Juan sde Juanes, atribuido durante mucho tiempo a Luis de Morales.
–Lo miremos por donde lo miremos –nos dice el organista, que se acerca a nosotros-, siempre nos mira él.