El otoño dura, como bien sabemos, casi hasta Navidad, pero los admiradores del otoño literario-pictórico en Navarra sabemos que suele acabar, incluso cuando ni llueve, ni hace frío, como este año, en la primera o segunda semana de noviembre. Por eso, tras despedirlo en Baztán, nos fuimos a despedirlo, tres días después, a la Sierra de Urbasa. El trayecto hasta la entrada por Olazagutía está lleno de hermosura por los últimos o penúltinos chopos amarillos a orillas de los ríos, y los muchos tilos, arces o cerezos silvestres que se encienden estos días a los dos lados de la carretera, y sobre todo por los rodales extensos de roble americano, que aalegran zonas enteras de robledales en las laderas del macizo de Aralar.
La subida a la Sierra, cerca de Olazagutía, es una de las bellas experiencias del otoño navarro. Alguna vez se me ocurrió intentar, literalmene, describirla en un día parecido a este. Hoy me contento con ver la la contienda natural entre los avellanos omnipresentes, las hayas hegemónicas, algunos serbales y tilos, y hasta los más bellos de los robles, por alcanzar la mejor composición, el mayor alarde de color, la más original de las presentaciones. A veces, la contienda se libra en el mismo árbol, entre un tronco y otro, entre una rama y otra rama, y entre una hoja y otra hoja. ¿A dónde mirar? ¿En dónde detenerse?
Encaramados en el bosque, nos detenemos junto al Centro de Información, todo rodeado de coches y de gente. Nos vamos luego a pie hacia el bosque encantado, que se esconde a la izquierda de la carretera principal, debajo de la falda oeste de la pared norte, que levanta la selva enfrente de Aralar y forma uno de los muros de la Barranca. Estamos en el lugar llamado Sorosgain (campo alto), donde apenas hay gente. El llamado bosque encantado tiene como protagonistas hayas descomunales, de tronco hercúleo y piel final casi de abedul, con sus grandes pies y primer tronco resguardados por el musgo, y complexión matriarcal, y junto a ellas, con ellas, y hasta dentro o debajo de ellas , pequeños o grandes fragmentos de piedra caliza, cubiertos también de musgo, de muy distintas figuras, entre humans y anmalescas. Seguramente, en tiempos remotos, grandes peñascos, que a veces se hicieron añicos y, otras, se mantuviieron más o menos erguidos, se desprendieron de los acantilados superiores y rodaron por este somontano Las hayas o hayones conservan la mayor parte de sus hojas y construyen allí arriba verdaderas cúpulas góticas de esplendor y trascendencia.
A veces las hayas crecen desde las paredes del peñasco o desde su parte superior, formando verdaderos encantos de composición, como para un concurso de fotografía. Las rocas desprendidas han abierto en ocasiones huecos interiores, que parecen ventanas o espejos, y en otras se han convertido en plataformas de plantones de hayas y de hayas hechas y derechas, en un juego arriesgado, que no tiene nada de inestable. Caminamos por el Camino de los montañeros, donde encontramos algunas parejas jóvenes. En el centro de un pretil de piedra labrada por el hombre vemos la boca de una sima, con los arneses de los espeleólogos fijos en las primeras piedras del agujero. Más adelante, otro cerco también de piedra labrada guarda otra sima que se abre debajo del tronco mismo de un haya. Un simpático valenciano, que visita habaitualmente Navarra, y es muy conversador, nos dice que él se metió en ella hacee tiempo y pretende ahora que haga lo mismo su joven acompañante.
Yantamos my tarde no lejos del comienzo del recorrido. Por la tarde, con un sol que parece el último de este largo verano que no se ha ido con el mes de octubre, pasamos despacio cerca de los lugares sagrados de Urbasa, tantas veces recorridos-: Otxoportilo, el camping, Gortasoro, las ventas de queso, la Fuente de los Mosquitos, el raso de los caballos y las vacas, la casa de los Capuchinos, el viejo frontón y el viejo palacio, el monte de Limitaciones…
Y para que el final sea tan hermoso como el comienzo, bajamos hacia Zudaire. Todavía nos queda por ver los prietos hayedos otoñados de Baquedano, Gollano y Artaza, y los juveniles choperales a orillas del Urederra, en uno de los paisajes más encantados de Navarra.