Progreso y retraso

En el museo de Bellas Artes de Bilbao, me detengo en las salas de Zuloaga y Regoyos. El asturiano Darío de Regoyos (1857-1913) vivió muhos años y pintó mucho en el País Vasco. Reconocido como uno de nuestros mejores impresionistas –Toros en Pasajes, El baño en Rentería...-, es autor también de otro cuadro menor por su arte pero no por su significación, que para mí es grande. Viernes Santo en Castilla (1904) retrata una procesión de pueblo, con un grupo de entunicados, capucha baja y cirio en las manos, que acompañan al último paso de la Dolorosa. Van por un camino rural a punto de entrar bajo un puente de piedra que une las dos paredes de un congosto. Por encima del puente pasa un tren de vapor. El tren fue durante la segunda mitad del XIX y comienzos del XX todo un signo de modernidad y de progreso, mientras la Iglesia y sus procesiones eran para muchos,  un signo de tradición y de retraso. Tradición y modernidad pueden situarse en el mismo plano ideológico y pictórico. Progreso y retraso están uno sobre el otro, superpuestos; uno arriba y otro abajo. Arriba, el tren. Abajo, la procesión del viernes santo.