Lodosa, la villa de los seis castros (II)

 

        Tomamos el ramal que nos lleva directamente hasta la entrada de Sartaguda, pasamos el puente sobre el Ebro, que un día me tocó inaugurar, y llegamos por un carretil hasta el escarpe nororiental de una terraza pleistocénica, donde se alza la llamada Torre de Rada, llamada antes también Torre de Sartaguda, en el término de Cabizgordo, que llegó a ser un importante enclave medieval, a finales del siglo XV, desde donde se domina un amplio tramo del Ebro entre Lodosa, al fondo occidental, y la cercana Sartaguda, que un día también se llamó Sartaguda del Ebro, plantada en una terraza horizontal sobre  el río, ahora entre pinos al norte, al sur y al oeste.

Pero ¿qué hacemos aqui, si hemos venido a visitar los castros de Lodosa?  Pues, porque hasta el siglo XVIII  este terreno fue de Sartaguda y, porque  junto a  la torre se muestra, y se esconde a la vez, un formidable oppidum celtíbero, de una hectárea de extensión, que descubrió hace unas décadas, como otros muchos, Javier Armendáriz. Pero no nos adelantemos. Sancho Fernández de Velasco (1418?-1493), señor de Arnedo, del linaje de los Haro y de los condestables de Castilla, casado con María Enríquez de Lacarra,  construyó esta torre defensiva en la misma frontera castellano-navarra, que, tres décadas después, dejó de tener carácter militar.

Su propiedad pasó, entre otras, a manos del vizconde de Cardona  y del duque de Altamira, quien en 1768 la donó al ayuntamiento de Lodosa, que, a su vez, la vendió (con sus 5.700 metros cuadrados de terreno) en 1856 al Sindicato de Riegos La Torre, que la revertió de nuevo al consistorio. Esta historia explica el porqué los actuales regidores lodosanos han decidido llamarla Torre de Velasco, ya que la denominación de Rada hace solo referencia a los colonos que en el siglo XX la habitaron. Lo cierto es que en 1970 la familia de Antonio Zabala la abandonó, y, tras ser declarada Bien de Interés Cultural (BIC), el actual ayuntamiento lodosano quiere convertirlo en un centro de utilidad pública. Y para eso Construcciones Leache ha montado allí una grúa, lleva muy adelantada la reconstrucción y limpieza de la torre y de los matacanes, que estaban muy deteriorados.

La torre, de tres pisos, es de planta cuadrada, construida en sillarejo y mampostería y, parcialmente, en sillar, de piedra caliza y arenisca, coronada por matacanes de rollo, y está adosada en su  flanco oriental a  una capilla del siglo XVI, de planta rectangular, de la que quedan los arranques con las nervaduras de las bóvedas de ladrillo y tres contrafuertes. Por la parte sur están desmontando lo que era un amplio corral.

La torre, como he dicho, y las aledañas construcciones tenían un protohistórico precedente, el formidable oppidum celtíbero, en plena Edad del Hierro, coincidente con el ocaso de dos  próximos poblados ribereños, El Molino y El Encinillo, en las mismas orillas del Ebro, cuyos pobladores debieron de buscar un asentamiento más amplio, más seguro y más vistoso, y solo a menos de cuatrocientos metros del río. La estructura del castro, hoy terreno baldío, no es difícil de ver: la muralla, muy rebajada, de tierra y grava, y el foso, muy colmatado, de 5 metros de ancho, muchos más en la parte occidental, y de 3-4 metros de alzada, donde aún se pueden ver trozos  pequeños de piedra arenisca, ajenos al lugar, y que no fueron utilizados en las construcciones de siglos posteriores. En el  terreno fueron encontradas unas pocas vajillas celtibéricas y romanas (sigillata, común y dolia), pero tan pocas, que nos impiden conocer detalles sobre la perduración del castro en época imperial y posteriores.

A 1.400 m de aqui, en el término llamado El Torco (hueco, hoyo, bache, charco grande), Armendáriz descubrió un yacimiento agrícola, con cerámicas celtibéricas, subordinado seguramente al que acabo de describir, muy dañado por las obras del Canal de Lodosa.