Lodosa, la villa de los seis castros (y IV)

 

         Volvemos hacia Lodosa y encontramos pronto el camino para llegar al oppidum más imponente  y espectacular de todos, que es El Castillar-El Viso, doble nombre bien merecido. Nos guiamos sobre todo por los restos del acueducto, que se encuentra debajo de él. Su posición no ofrece duda alguna. Es ahora un lugar de visita y recreo, sobe todo por el panorama que se goza desde aqui, con el Ebro a los pies, el extenso regadío anejo, con  sus variopintas casetas, y la retroescena montana, por donde llegaban las aguas del Odrón y del Linares hasta el acueducto de Alcanadre -Lodosa.

Construido durante el Bonce Final o Hierro Antiguo sobre los cortados levantados por uno de los mayores meandros del río íbero en el tramo más angosto de su paso por Navarra, ocupaba una superficie de 2.800 metros cuadrados Como lugar seguro y defendido no tiene rival. Unos jóvenes lodosanos encontraron en los años setenta restos arqueológicos, que pudo estudiar, una décsda después, un grupo de  investigadores riojanos en los años ochenta. Una pareja de Lodosa que pasa mientras recorremos el  terreno nos indica dónde hicieron las catas.  Hallaron aqui vajillas manufacturadas del Primer Hierro, celtibéricas, romanas y visigodas: lo que prueba su perduración en el tiempo. A pesar de roturaciones en la parte superior, es muy identificable el territorio del poblado, los restos de muralla con lajas de piedra y el perímertro del recinto con muros de tierra y piedra. En el flanco sur, donde se abría el foso, hay ahora una plantación de olivos. Al este y oeste del poblado se abrían los espacios ganaderos y actividades varias, hoy cubiertos por retamas blancas, armuelles glaucos, aliagas, sisallos y artemisas. Hay también una viña y un rodal de almendros.

Sigue viniendo gente al mirador, con una barrera de madera y unos bancos. A esta hora el sol luce más limpio y el cierzo no es demasiado fiero. Apetece quedarse aquí. Pero antes de que se haga tarde queremos ver otro de los primeros castros lodosanos, El Mochón, de 1.500 metros cuadrados, un espolón de yeso con muchas aristas encima del casco viejo de Lodosa, típico castro en altura menor. Aqui también encontraron los jóvenes del pueblo restos arqueológicos, como en el castro anterior. El espeso nivel de cenizas y carbones, donde se enccontraron vasos y cuencos cerámicos, molinos y numerosos restos de fauna doméstica y salvaje hace pensar en un incendio que destruyó el poblado e hizo que sus moradores subieran un centenar de metros más al norte y construyesen un castro más amplio (10.800 meros cuadrados), más alto y mucho má apto para el control del territorio. El Mochón sirvió hasta el siglo pasado de habitación a moradores en cuevas, típicas de muchos pueblos de ls Ribera.

Ese nuevo castro lleva por nombre El Abad, todo un macizo poblado en la Primera Edad del Hierro, donde son bien visibles su alta superficie, roturada hasta tiempos muy recientes,  sus grandes fosos, hoy cubiertos en el flanco occidental por pinares, y los terraplenes de sus murallas de tierra, piedra y yeso. Se identificaron aqui cerámicas celtíberas de gran valor, canas de piedra y molinos varios. Es probable que el incendio patente del castro en el siglo I a. C. fuera obra de las tropas romanas de Sertorio a su paso por aqui, en su viaje desde  su aliada Calahorra hacia  la ciudad berona de Vareia (actual Logroño).