Visto todo lo anterior, no nos extrañará que en la ponencia sobre el programa minimo del PSOE, en su XI Congreso de noviembre-diciembre 1918, apareciera la configuación política de España, que querían los socialistas españoles de entonces, que habían hecho suya la enmienda del afiliado Recasens, de la agrupación de Reus:
Confederación republicana de las nacionalidades ibéricas, reconocidas a medida que vayan demostrando indudablemente un desarrollo suficiente, y siempre sobre la base de que su libertad no entraña para sus ciudadanos merma algna de sus derechos individuales ya establecidos en España y de aquellos que son patrimonio de todo pueblo civilizado.
Al presidente del partido Besteiro, que sustituía al anciano Iglesias, le tocó justificar, explicar, distinguir y matizar lo votado, sobre todo frente a la minoría internacionalista de los que defendían que los obreros no tienen patria, queriendo interpretar a la letra la célebre frase de Marx y tachando la cuestión nacional de mera cuestión burguesa. En el Congreso extraordinario de diciembre del año siguiente, volvieron los socialistas españoles a reflexionar sobre la cuestión tomando pie de la la actuación del grupo parlamentario en relación con la autonomía catalana, que a algunos, entre ellos Prieto, les parecía excesiva y demasiado complaciente. Volvió Besteiro a poner los puntos sobre las íes, distinguiendo el nacionalismo de la cuestión nacional, criticando el nacionalismo de Cambó y poniendo el énfasis sobre todo en las libertades de los individuos y en la de los municipios.
Más importancia y repercusión tuvo, y no solo en Euskadi, el primer discurso del joven periodista asturiano-bilbaíno Indalecio Prieto en las Cortes, recién elegido diputado, el 17 de abril de 1918, que sería citado, una y otra vez, muchos años después. Elogió por todo lo alto, frente al nacionalista vasco, el navarro Manuel Aranzadi -elegido en Pamplona con los votos carlistas y mauristas-, el espíritu fuerista del País Vasco, llegando a calificar los Fueros Vascos como la anticipación de casi todas las conquistas liberales modernas, mientras atacaba reciamente el carácter integrista y secesionista del bizkaitarrismo, con sus fantasías históricas y sus mentiras sobre el el dominio colonial de España en Euskadi o sobre el expolio de la economia vasca. Llegó a acusar al bizkaitarrismo de ser lo más antinómico y opuesto al auténtico espíritu foral. Mientras que al Gobierno central y a los partidos dinásticos en el País Vasco los acusaba de no haber sabido cultivar el verdadero espíritu del País.