La hybris de Putin

 

                          Según el excelente reportaje de ayer en la Sexta, con testimonios de rusólogos de varias nacionalidades, que conocen bien la historia y la realidad de la Federación Rusa, de la Unión Soviética y de la Rusia de los zares, Vladimir Putin, aquel niño pobre de una barriada de Leningrado, la ciudad mártir del nazismo, que entró en la KGB como refugio de su vida, fue enviado a la universidad, volvió a la KGB, llegando a teniente coronel, vivió la Perestroika y la caída del muro de Berlin en Dresde (Alemania comunista), nunca ha dejado de ser un espía y vive todavía del profundo resentimiento que le causó la estrepitosa caída del régimen comunista dictatorial, que se llevó por delante la Unión. Teniente de alcalde de Leningrado, su patrocinador, el primer alcalde elegido democráticamente, Sobchak, que devolvió a la ciudad el nombre de SanPetersburgo, le acercó al caudillaje de Yeltsin, del que fue fiel adlátere, que le cubrió debilidades, corrupciones y manías, hasta llegar a ser su sucesor. Oscuro, frío, impertérrito, fiel, racional hasta quedarse con la sola razón, como buen espía bien educado, dirigió con mano de yerro el inmenso Estado, siguiendo las pautas, los modos y los objetivos de la KGB, convertida después en FSB. Fue implacable con los rebeldes chechenos, a los que acusó -todavía se duda de la verdadera autoría- de los terribles atentados en Moscú, en 1999, vengándose de la guerra anterior por su independencia. Pero no sólo fue verdugo de terroristas, sino que, poco a poco, año tras año, desde la presidencia de la Federación o del Gobierno de la misma, fue eliminando uno tras otro, as sus mayores enemigos o contendientes: políticos, periodistas, escritores, empresarios… por el expedito método del veneno o del tiro en la sien. Con Putin, la KGB sigue mandando en Rusia. Nunca ha ocultado que su mayor sueño es devolver a su patria la grandeza y el volumen anterior, pero sobre todo su gloria. Llamarle loco es tal vez equívoco. Loco de hybris, sí, aquella enfermedad de la desmesura, el orgullo, el engreimiento, el exceso, la megalomanía y la inhumanidad, que los griegos veían siempre castigada por los dioses.  Psicópata del poder al servicio siempre de la grandeza de su País. O eso dice. Porque casi todas las fuentes hablan del enriquecimiento personal (40.000 millones de dólares le atribuyen algunos rusólogos) y de la corrupción galopante en la Federación, creadora de una red de oligarcas -palabra casi reeestrenada para ellos-, que son su mejor anillo protector dentro y fuera de Rusia. Siguiendo el ejemplo de otros psicópatas del poder, como Hitler, en los últimos años ha ido ensanchando el Lebensraum o Hinterland imperialista ruso con las ocupaciones directas o inderectas de territorios, que un día fueron de la Unión Soviética o del Imperio. La invasión de Ucrania no es, pues, para él cosa muy nueva.