Cuando el PSOE defiende la tradición democrática y española, lo hace con todas las de la ley, con la Constitución en la mano, su historia secular, su nombe de pila, y hasta con la bandera y el himno, si hace falta. Cuando se trata de justificar y legitimar alianzas con fuerzas que tienen poco o nada de español y a veces poco o nada de democrático, todo es hablar y hablar de diálogo, tolerancia, diversidad, diferencia, transversalidad…, pero sin fundamento seguro donde apoyar toda esa palabrería.
Es el caso también del Gobierno cuatripartito -o pentapartito en ocasiones, cuando es menester BILDU- que sufrimos en Navarra. No puede menos, para resistir y hasta existir, de legitimar y justificar a cada paso el co-gobierno con partidos autodeterministas -todos ellos-, confederalistas y hasta separatistas, herederos de la banda asessina ETA. Naturalmente que con ellos se puede arreglar carreteras, gestionar los servicios sociales , ampliar un colegio y abrir una clínica abortiva, pongo por caso. Pero el marco de la política general no cambia. Y cuando se proyecta todo un Plan de Convivencia, donde se cruzan los principios, los valores, la moral, las costumbres… y la memoria reciente, en nuestro caso, de cuarenta años de terrorismo etarra, que puso en jaque la vida total de los habitantes de Navarra, ya no sabemos qué quiere decir diferencia, diversidad o transversalidad. Y, por eso, a cada paso saltan las aporías.
No tengo la menor duda de la buena fe de algunos de los redactores del Plan. Dudo de la buena fe de otros. Y estoy seguro de que no han faltado quienes pusieron el proyecto, las ideas y el teclado de sus pantallas al servicio de la legitimación y propaganda del Gobierno Frankenstein -¡parece mentira que no les avergüence que fuera su líder, Rubalcaba, el autor de tal ingenio!- en punto tan delicado como el de la convivencia. Y, naturalmente, la contradicción capital ha saltado desde su base y ha implosionado el proyecto, quedando solos como defensores los partidos autores y beneficiarios del mismo.
Porque no solo las divergencias son irreductibles en lo que toca a las víctimas del terrorismo y al terrorismo mismo, es decir a la memoria propincua de nuestra Comunidad, sino al presente de esa memoria, al mismo concepto y praxis de la democracia, de la libertad, de la justicia…, valores sin los cuales no hay democracia. Para no hablar de la política lingüística, de la educación en valores, de las políticas preferentes de desarrollo, de la defensa y seguridad… Y así podriamos seguir, sin hablar del marco general de la convivencia, que es el marco constitucional y el marco europeo.
Oh, qué Plan tan admirable para un País utópico, tan diferente del nuestro…