Si comenzamos por tener en cuenta los cuatro millones, por ahora, de refugiados ucranianos en el resto de Europa, fácil es imaginar las mayúsculas consecuencias para la vida de todos los europeos que va a tener durante mucho tiempo la guerra del Kremlin contra Ucrania.
Por otra parte, las severas sanciones económicas y sociales impuestas a Rusia -hay quien calcula en 630.000 millones de dólares solo el bloqueo de las reservas rusas despositadas en Occidente, equivalentes al 40 por ciento de su PIB- tienen su cara y su envés. La resistencia de ciertos países europeos a rechazar el suministro ruso de gas y de petróleo, de los que depende su vida galante de naciones desarrolladas, es la estampa más contradictoria de nuestra situación de europeos. Pero menos conocida es la subida de los precios del trigo y del maíz en toda Europa y en todo el mundo, ya que Ucrania aporta el 9% de las exportaciones mundiales de trigo (a España, el 17%), y el el 15% de las de maíz. Y si la situación de escasez y carestía de cereales preocupa seriamente a los ganadores españoles, no digamos las terribles consecuencias para países pobres, africanos y asiáticos, dependientes de los cereales ucranianos y rusos.
Del impacto económico en nuestra propia economia española, hablan a todas horas nuestros medios informativos. Y basta repasar cada día, porque cada día son ma elevados, los precios del petróleo, el gas, la luz y los alimentos más elementales, que, a final del mes de marzo, han dejado nuestra inflación en un 9,8 %. No todo se debe a la invasión de Ucrania, pero esta ha aumentado y va a a seguir aumentando el desequilibrio. El doble efecto de la inflación -si es que no deviene en estanflación- redundará en una reduccion de recursos. La guerra, sobre todo si se prolonga en el espacio y en el tiempo, y si no va más allá de la guerra convencional, comportará sacrificios imprevistos para el conjunto de la Unión Europea, que se traducirán en un peor nivel de vida. La invasión de Ucrania cambiará nuestras vidas. Las está cambiando ya.