Domingo segundo de Pascua

Encuentro con los discípulos 
Jn 20, 19-31

La paz, la definitiva
palabra de salvación,
no les da la pax romana
ni les da el emperador.
La paz alegre y perpetua
les trae solo el Señor,
verdadero y soberano,
que murió y resucitó.

Del temor a los judíos
los libera y los envía
como el Padre le envió:
con el soplo del Espiritu,
el principio creador
que recrea a los apóstoles
con la gracia del perdón,
vencedor de odio y de muerte
con la fuerza del amor.

Tomás, el típico incrédulo,
el malo en la narración,
exige sólo evidencias,
como tanto fieles tibios
de cualquier generación.
Pero, ocho días más tarde,
le encuentra el mismo Señor
que ha encontrado a sus amigos,
y ese día sus dos manos
y el costado les mostró.
Y Tomas dice ferviente:
– Señor mío y Dios mío 
Impecable confesión.
(Dominus et Deus noster
llaman al emperador)
– Porque me has visto has creído 
le dice Jesús, y Juan
remata así su lección:
Dichosos los que no han visto 
y creen en su Señor.