(Ver La aparición a la comunidad, 25 de abril de 2021)
Lc 24, 36-43
No faltó en la Iglesia primitiva
quien negara a Jesús como hombre verdadero
y quien negara la realidad del cuerpo de Jesús:
ángel o arcángel, cuerpo aparente…
Los cuatro evangelistas, catequistas pascuales,
saben bien que el cuerpo resucitado del Mesías
no es espacial ni temporal, sino transfísico,
capaz de traspasar puertas, paredes y ventanas,
de aparecer y desvanecerse en un segundo, pero siempre y a la vez
sólidamente corpóreo.
Lucas consigue en el encuentro con los Once «y los que estaban con ellos»
-mujeres galileas, parientes y la madre de Jesús-
una acabada cristofanía antropomórfica:
el Jesús resucitado no es un espíritu o fantasma,
tiene un cuerpo glorioso, pero cierto,
con las manos y pies que los clavos traspasaron.
El hombre de carne y hueso que fue
sigue siendo tan real,
que puede hasta comer el pescado que sobró.
Los apóstoles agradeceden la paz del Maestro,
que no es la paz de Roma, ni aquella que el mundo puede dar.
Pero algunos están asustados y confusos,
asombrados y alegres a la vez,
el corazón envuelto por las nieblas de las dudas,
hasta el encuentro decisivo
con Jesús Crucificado, vencedor de la muerte.
Excelente antimodelo para todos los creyentes,
de entonces y de ahora, judíos y griegos, de todas las naciones,
cristianos vacilantes,
esperando el encuentro salvador.