De Lorca a Murugarren, pasando por Mauriain (I)

 

         Llegados cerca de Lorca, cruzamos por un paso nuevo sobre la Autovía del Camino entre Pamplona y Logroño (A-12) al otro lado, donde nos damos de bruces con el castro que venimos buscando, con el nombre, muy común en Navarra, de Gazteluzar, que los habitantes posteriores formaron con el latín y el vascuence, para indicar un castillo viejo, es decir, un fortín, al que luego se llamó  castro u oppidum, nombres latinos más propios que les dieron los romanos, y que indican un poblado prerromano defendido o protegido. Se le dio después la denominación de Lorcazarra (Lorca vieja) para distinguirla del pueblo actual.

Este Gazteluzar de Lorca era un poblado pequeño, de unos 3.500 metros cuadrados, en la cima amesetada del cerro de 475 metros de altura, hoy totalmente cubierto por un espeso encinar, quejigal y coscojal. Compuesto por roca de ofita, en tiempos recientes, y en la parte suroccidental del monte, fue explotada por una cantera, como material necesario para la construcción de carreteras. Hoy presenta por ese flanco un hueco enorme, que solo en la superficie va rellenando poco a poco la implacable vegetación. Pero la ladera sureste es todavía cultivable, y por ella ascendemos hasta topar con la muralla que cerca el castro, formada de piedras y tierra, justo donde comienza el robledal. En este corto espacio encontró Armendáriz cerámicas  y trozos de molinos desde el Bronce final. Parece que la población emigró pronto de aqui, al comienzo del Hierro temprano, tal vez por falta de espacio o de protección.Quién sabe si se fueron a castros cercanos: Urbe, Mauriain, Murumendi…

Al pie de Gazteluzar corre el regato Eskinza, que por la parte occidental y septentrional da vida a unas pequeñas huertas extendidas por una estrecha y larga lengua de tierra. El camino donde dejamos el coche y que se abre bajo uno de los fosos del castro, muy cerca de la nueva carretera, que era el último de ellos, es toda una exposición de plantas y flores primaverales, recién estalladas, desde las retamas, que la dirección de la Autovía sembró a lo largo de la via como planta privilegiada y simbólica de la misma, hasta las orondas genistas hispánicas, que ningún orífice podría imaginar, o las coquetas y humildes orquídeas púrpuras, recién amanecidas.

Lo que no no hemos encontrado, quizas por falta de preparación inmediata, son las huellas de la investigación que llevaron a cabo los arqueólogos del Gabinete Navark, cuando estudiaron, a lo largo de toda la Autovía del Camino (dePamplona a Logroño), en los años de su construcción, los poblados llamados campos de hoyos y otros yacimientos posteriores. El de Lorcazarra, datado entre el Neolítico final y el Hierro Antiguo, fue uno de esos poblados, donde identificaron, entre octubre de 2003 a abril del año siguiente, nada menos que 188 depósitos de hoyos en una superficie de 14.722 metros cuadrados, cuyo contenido revela bien la actividad de aquellos primeros pobladores tal vez del valle de YerrI, que luego se se subieron a Gazteluzar buscando mayor seguridad: cereales, frutos silvestres, instrumentos para su cultivo y recolección; restos de fauna de caza y de ganadería; y hasta moluscos y un conjunto de piedras para redes de pesca en los ríos.

Tenemos que volver.