Domingo Tercero de Pascua

(Mc 6, 1-6; Mt 13, 54-58; Lc 4, 16-24)

Volvió Jesús a su patria, Nazaret,
pueblo que no llegaba a los 2000 habitantes,
y, el sábado,
se puso a enseñar en la Sinagoga.
La gente, aturdida, se preguntaba:
¿De dónde le viene a este esa sabiduría
y esos prodigios que hace?
¿No es este el carpintero, hijo del carpintero?
(Un carpintero de taller, o quizás también

un carpintero de armar en la construcción,
trabajando la madera y la piedra;
quién sabe si en Séforis cercano,
capital helenística de Herodes Antipas)
¿No es este el hijo de María,
y hermano de Santiago, José, Simón y Judas?
¿No viven sus hermanas entre nosotros?

Viendo Jesús su poca fe, acabó diciéndoles:
Un profeta solo en su patria y su casa carece de prestigio.
(Como quien dice: Nadie es profeta en su tierra.)
Por eso, fuera de algunas curaciones de enfermos,
imponiéndoles las manos,
no hizo más señales allí, en Nazaret.
Por la poca fe que tenían en él sus vecinos.