De Lorca a Murugarren, pasando por Mauriain (II)

 

              Tras mucho  buscar*, se nos ha hecho tarde, y en vez de esperar a subir a Mauriain (675 m), extremo ocidental del macizo de Eskintza, para nuestro déjeuner sur l ´ ´´herbe, nos quedamos al comienzo de uno de los caminos, junto a un habal melífero y melífluo, y compartimos el almuerzo con unos cuantos hormigueros levantados en forma de diminutos conos, con varias bocas para el acopio de alimentos. Hay que ver cómo se afanan estas pobres hormigas obreras en atrapar, una a una o entre muchas, la miga de pan o la corteza para arrastrarla  no a trompa y talega, sino con orden y concierto, e introducirla en la diminuta boca del profundo y oscuro hormiguero. Qué bullicio silencioso, qué afán colectivo general, qué laboreo cívico, mientras la hormiga reina pone miles de huevos y los zánganos van desfalleciendo tras el engañoso apareamiento.

Mauriain es un típico antropónimo latino de posesión, que nos lleva probablemente a Maurus- Maurianun-Mauriani, convertido por metátesis en Mauriain: la finca o propiedad de Maurus, su propietario del terreno contiguo, no solo del monte, en tiempos de Roma. Suben y bajan muchos caminos en el campo de Villatuerta. Uno de ello es la cañada real Tauste-Andía. Por uno, que parece una autopista, a vueltas y revueltas entre trigales en herbal, cebadales ya granados, rodales o manchas de encinos, coscojas, enebros, aulagas y tomillos, llegamos a la cima, convertida en en zona recreativa, con numerosas mesas y bancos de piedra, y un arboreto incipiente en la parte amesetada de la misma.

Pero antes de todo, gozamos de la visión esplendorosa del paisje, abierto por los cuatro puntos cardinales, adobado por un sol templado y un cierzo tranquilo, que hacen un ambiente primaveral perfecto. El contraste entre el verde intenso de los trigales y el azul desvaído de las sierras. El amarillo, casi gualda, de los numerosos campos de colza, que hace vaas banderas con los distintos verdes de los cereals o los marrones de los baldíos. Los pueblecitos de Yerri y Guesálaz colgados de las perchas de colinas y cordilleras. Las láminas azules del pantano de Alloz. Los límites nebulosos de las Sierras de la  Demanda y de Andía. Villatuerta, chaletizada o  villanada, drenada por el río Iranzu. Estella, partida en dos por los peñascales de sus castillos. Oteiza, compacta y prieta en su centro histórico, con sus nuevos bloques sobresaalientes. Lejano, alto y brumoso, Lerín, y Cárcar todavía más.

Parece aquí difícil reencontrar  el castro celtíbero. Pero no. Importa sobre todo aislar el antiguo Fuerte delñ siglo XIX, que ocupa todo el extremo occidental-septentriornal de aquel, con su elevada esructura defensiva de cuatro brazos, cuyo centro, ya destruido, ocupa una monumental cruz, de cuatro basas en tamaño descendiente, y vértice dañado por un rayo, ahora toda caleada, borrados ya los nombres los nombres de los muertos en la guerra civil por Dios y por España. Qué triste que un pueblo no respete siquiera su propia historia cuando esa historia, además, fue vivida por la inmensa mayoría de su población. Debajo de la cruz, una mesa de altar de piedra preside una pequeña explanada, donde se celebra la misa de la popular romería del primer sábado de mayo.

Una vez despejado el Fuerte, construido seguramente con las piedras del viejo oppidum, este ocupa toda la explanada oriental, donde es fácil reconocer la muralla circundante de piedra y tierra y observar los claros fosos-rampas. En el extremo occidental del castro un corro de piedras nos revela seguramente una torre defensiva en este flanco del perímetro. Los numerosos fragmentos de cerámicas y molinos encontrados datan el poblado en la Edad del Hierro y parece que no perduró más acá. Los testimonios de incendio son muchos y revelan un final trágico del poblado. Lo que habría dispersado la población por los asentamientos romanos vecinos de Villatuerta, Oteiza, Estella…

El ayuntamiento de Villatuerta ha tenido el buen gusto de despejar de maleza el recinto, dejar los rosales silvestres o agavanzos y plantar acacias, arces, robles, perales… en toda la superficie. Falta, eso sí, como en tantos sitios, un panel, que explicara, aqui y en la plaza del puebllo, las características del poblasdo celtíbero, el Fuerte del siglo XIX, la cruz… Es decir, la historia, tan importante, de la villa.

* Hoy me entero, mientras escribo esto, de que todas las prospecciones llevadas a cabo sobre los campos de hoyos quedaron enterradas bajo la autovía, los caminos aledaños y los campos de cultivo. Veremos si se salvó alguna en todo el recorrido.