De Lorca a Murugarren, pasando por Mauriain (y III)

 

         Avanzada la tarde, nos vamos al sur del Valle de Yerri, al lugar-concejo de Murugarren, que data del siglo XIII, y, como su nombre apunta, se trata de otra muralla, fortin, castro, oppidum, esta vez con el sufijo b(g)arren: pie, extremo interior, parte baja. A primera vista, es un espolón rocoso inclinado de oeste a este, sobre las tierras bajas del Valle. Parte del caserío del pueblo, de una setentena de habitantes, se formó a sus pies, en la vertiente norte, y parte se encaramó a la parte más alta del espolón. Debajo de la iglesia hay una fuente de piedra, con un largo abrevadero, de donde parte la regata de Monjiliberri, que daría el agua necesaria a sus primeros pobladores.

Cerámicas celtibéricas y restos de molinos barquiformes identifican este castro de la Edad del Hierro, que no debió de tener continuidad en tiempos romanos.

Toda la parte inferior del castro es un herbazal baldío cando no un basurero inmundo, que amontona desde una camioneta abandonada junto a toda clase de deshechos. En lo que parece el muro de separación entre el poblado y el espacio habitual para el ganado y otras actividades, crecen solitarios unos bellos lirios morados, que contrastan con el descuido y la suciedad imperdonable del espacio.

El poderío de visibilidad de Murugarren (557 metros) sobre el sur del Valle es grande, pero muy inferior al del  cercano castro Muru, en el monte de mismo nombre, a poco más de un kilómetro de distancia. Señorío medieval, de 18.000 metros cuadrados y 645 metros de altitud. Inédito, como los tres anteriores, Javier Armendáriz, que los descubrió y estudió, piensa que pudieron llegar hasta él los habitantes del cercano castro de El Cerrado, en Bearin, porque este terminó cuando aquel comenzó. Para descender quizás después,  en tiempos altoimperiales, al lugar del pueblo actual, otro antropónimo latino de propiedad, ya habitado por entonces. Sólo por el descubrimieno de cerámicas manufacturadas y celtíberas sabemos de la existencia del poblado, porque su estructura nos es desconocida. De todos modos, sus condiciones de habitabilidad y  visibilidad no solo sobre los valles de Yerri y Guesalaz, sino sobre los del Ega y Urederra eran mucho mejores. Un día, hace ya tiempo, visitamos el caserío Muru con Pablo Larraz, quien nos recordó el fortín carlista que fue sobre las posiciones liberales de Abárzuza, y cómo desde cerca de allí hirieron de gravedad al teniente general Concha, cuya memoria en forma de columna partida todavía permanece en el lugar del suceso a orillas de la carretera.

Vemos la iglesia y su torre, y varios almaceces del caserío, pero no el palacio, todo ello hoy propiedad particular, y no podemos subir porque el paso está cerrado. Qué le vamos a hacer…