Entre El Cerco, de Aibar, y el Puy d´Ull, de Sangüesa (I)

 

          Está el sol un poco neblinoso pero parece de junio. Por entre pinos y campos de cereal, remontamos el Puerto de Aibar/Oibar y damos una vuelta a pie por el viejo pueblo del lavadero, la fuente, el acueducto…, pero dejamos para otro día el paseo hasta el Pozo de las Hiedras y la nevera medieval, poque hoy venimos a otra cosa.

A recorrer el castro celtíbero de  El Cerco de San Roque, del Hierro Medio, en la cúspide del pueblo, a cassi 600 metro de altura. Irreconocible hoy e indeterminable, pues encima de él se construyó el castillo medieval -del que podemos ver, a medio reconstruir, todavía el aljibe-, nos recuerda un tanto el castro de Santa Bárbara de Tafalla, sobre todo desde que la plantación de pinos ocupó todo el espacio. Pero aqui el pinar lo cubre todo y no deja ver nada en derredor. En este entorno se encontraron, junto a muchos restos medievales, testimonios romanos y cerámicas manufacturadas y celtíberas. Una  cruz, erigida en 1940, preside hoy  lo que fue el recinto principal del castillo.

En la parte suroccidental, y desde el depósito del agua, se abre una buena pista que parte el monte, bajo una hilada de acacias con sus glomérulos blancos perfumantes, que nos lleva hasta el próximo cementerio, muy renovado recientemente, con una extensa franja de rosas blancas al fondo, construido sobre lo que fue el antecastro de El Cerco. Sobre la pista, y bajo la cumbre se levantó en 1986 un monumento de granito en recuerdo de los aibarreses y una aibarresa, que fueron fusilados en 1936. Les acompañan un ciprés itálico y la bandera de la Segunda Republica Española.

Desde el antecastro, como lo fuera desde el castro antes del pinar, goza la vista el amplio abanico de las belllezas del  entorno de Aibar, desde la Sierra de Izco hasta el Alto de Lerga, Chucho Alto, Gallpienzo viejo, Sierra de San Pedro, Cáseda, Sierra de Peña, y la vasta  y feraz terraza aluvial del  Aragón hasta la quebrada Sierra de Leire. Sobre un altozano saca la cabecita la iglesia de Leache. Todo es, esta mañana, verde, verde primavera, menos los tejados del caserío bajo de Aibar, color de tierra e historia mayormente, el macizo blanqui-gris de Viscofán y su próxima huerta solar, y unas tierras labradas y rojizas en el somontano de Cáseda.