El día siguiente a San Isidro viene caluroso, pero antes de que el sol apriete, Luis me lleva hasta la cueva de los hombres verdes -por las vetas de carbonato de cobre (azurita) del terreno-, en Urbiola, aunque llegados allá, y subidos entre coscojas, zarzales, tomillos, hollagas y madreselvas, no veamos la entrada del hombre por ninguna parte, sí la de algún zorro, aparte de unos trastos humanos, entre ellos un reloj despertador, en una de las comisuras del covacho.
En el camino a Olejua, su pueblo, atravesamos una zona de monte bajo, antes parcialmente cultivado, donde había varias minas de cobre, y vemos y admiramos la Piedra Alta, un monolito natural androide, equivalente a la Peña del Cuarto, que podría ser, con un poco de imaginación, la piedra-totem, la escultura simbólica del lugar o de toda la zona.
Olejua, como ya vimos el año pasado, en el somontano de Monjardín, otro viejo castro, es, en pleno mes de mayo, atalaya privilegiada sobre Valdega, el extenso valle del Ega, bajo la Sierra bravía de Lokiz y, hacia Poniente, sobre el estrecho valle de La Berrueza, apretado entre el macizo occidental de Codés, y las Dos Hermanas y las Sierras de Cábrega y Learza, al norte y sur, respectivamente. Son dos de los valles más imponentes a la vez que esplendorosos de Navarra, una muestra restallante de los verdes cerealísticos primaverales frente al azul oscuro montano, con la breve excepción de alguna esparraguera, que rebrilla al sol, y unas franjas barrosas, que pronto serán verdoyas cuando crezcan las plantas de girasol.
En el patio o plaza central de Learza, todo lo contrario al sitio de zarzas de su nombre euskérico, nos esperan Toño, un agricultor culto, dinámico y generoso, y Nicanor, un catedrático ilustre de la UPV, e hijo, como el anterior, de Etayo. Juntos vemos de nuevo la iglesa románico-gótica de San Andrés, que el viajero la vio hace muchos años con el dueño de la misma, Guillermo Perinat y Elío, cuando éramos los dos parlamentarios europeos ý él llevaba como vitola la reciente embajada española en Moscú.
Y de la plaza de Learza, partimos en el todoterreno de Toño, trasponemos el primer espinazo montano que separa La Berrueza del somontano de Los Arcos. Luego, entrando por una senda caprina, semisecreta, ascendemos por un breñal erizado de coscojas o chaparros, recién florecidos, enebros y hollagas, a la vez que aliviado por tomillos, jaras rosadas o gamones enhiestos, con fuertes desniveles y grandes piedras que obstaculizan el paso. Los bastones de monte y las manos amigas me ayudan a subir y bajar. Por fin, y siguiendo una larga línea de piedras altas que de tanto en tanto emergen de los lomos del macizo, nos encontramos con el conjunto ciclópeo de la Peña del Cuarto, que son varias peñas cuarteadas, superpuestas, formando una especie de dos plantas, con una apertura en forma de cuarto, o habitación estrecha, en cada una de ellas. En la inferior se encuentran, sobre la roca arenisca lateral de entrada, las breves figuras incisas de un caballo naturalístico con jinete, que marcha hacia la izquierda portando riendas, y debajo otras tres figuras equestres incisas, más difíciles de distinguir. Para el investigador local y prestigioso arqueólogo Luis Alberto Monreal, que lo descubrió (1975), la incisión corressponde a la fase estilizada de Amati en un momento avanzado. En cambio, para M. A. Beguiristain, los dibujos pueden entroncarse en un período muy dilatado situado entre el Neolítico y la Edad del Hierro. A primera vista, me recuerdan los célebres caballos y jinetes de las monedas ibéricas y de otras inscripciones ibéricas en cuevas de media España.
En derredor de esos mínimos dibujos, pequeños hoyos y líneas, de incierto significado. ¿Planetas, estrellas, sol? ¿Se trata de un dibujo mágico del animal-totem más poderoso de entonces? ¿De la caza del mismo?. Algunos estudiosos como Julio Asunción, que han llegado a ver las piedras superiores, nos habla de cazoletas formadas en las rocas superiores, quien sabe si para recoger el agua o la sangre en ritos desconocidos por nosotros. ¿Fue este conjunto rupestre un santuario, como nuestros dos castros celtíberos de San Quiriaco, un lugar de ritos de celtíberos o de pobladores anteriores?. A mi me recuerda mucho las grandes piedras o conjuntos de grandes rocas, agujereadas o no, de los yacimientos vetones, demónimo céltico en la provincia de Ávila.
Seguimos por la buena pista que atraviesa toda la zona montañosa de Learza, y por términos de Etayo y de Los Arcos, reino cereal, arribamos a la villa arqueña, donde nos refocilamos y refrescamos. Después Toño nos lleva a ver algunas de sus viñas -nunca había visto yo una tan grande- y piezas de labor, y hasta alguna próxima huerta solar en terrenos arqueños. Los dos etayucos, que son muy trabajadores, vuelven a sus faenas cotidianas, y nosotros nos vamos a echar una ojeada a su bello pueblo y, pasando de nuevo por Olejua, no podemos dejar de beber unos tragos de agua fresca de la vieja fuente, que brota bajo una fría cúpula de piedra. Y aún nos durará el calor un buen rato.
PD. Cuando pienso lo que acabo de ver en la Peña del Cuarto, me alegro, por un lado, de verlo en su lugar natural, y, por otro, al ver el riesgo máximo que corre a causa del agua y del viento y, sobre todo, por parte de cualquier irresponsable, deseo con todas mis veras que este extraordinario testigo protohistórico en Navarra sea puesto a buen recaudo de la manera que mejor les parezca a los expertos, que sean a la vez sensibles al patrimonio histórico.