Las apariciones no son cosa de cosas, que se pueden observar objetivamente, distanciadamente. La persona, que vivió el ofzé paulino y lucano (fue mostrado, fue revelado, apareció, se dejó ver…) es una persona totalmente afectada, abordada y poseída por Jesús. En las apariciones Jesús gana definitivamente autoridad y reconocimiento en la fe de sus discípulos.
Fue una experiencia personal. No los rindió ni los venció un acontecimiento prodigioso ni un milagro abracadabrante, aunque en algunos de los relatos pascuales, exquisito y pedagógico género literario, pueda aparecer el acto de fe como demasiado fácil, tan fácil que ya no sería acto de fe.
No. Fueron experiencias en la fe. Pero no solo experiencias de fe, cerrradas en si mismas, autónomas: fueron encuentros con el Cristo presente en el espíritu. No fue, como defendieron ciertos teólogos liberales, la fe la que fundó la realidad de la resurrección, sino que fue la realidad de la resurrección del Resucitado la que se impuso libremente, no por magia, por miedo o cualquier otro choque mental, la que fundamentó la fe de los discípulos.