San Carlos de Foucauld

 

      El papa Fraancisco acaba de canonizar, con otros nueve santos y santas, a mi admirado hace tantos años Charles de Foucauld (Estrasburgo, 1850 – Tamansaret, 1916), aquel huérfano alsaciano, militar durante escaso tiempo, geógrafo y notable investigador por tierras de Maruecos,  cristiano de familia, pero increyente de hecho, que en 1886, admirado de que los islamistas con los que convive son mucho más fieles a su fe que los cristianos de nombre como él,  se entrega por completo a Jesucristo. Monje en la Trapa durante unos años y después ermitaño en la tierra de Jesús, es ordenado sacerdote y se convierte en el apóstol de los tuaregs o bereberes, habitantes del desierto, para los que trabaja, estudia y escribe, fijando  su residencia, primero en Béni Abbés  y después en Tamansaret, en el Sahara argelino. Allí vive  más como testigo que como apóstol, en oración continua y pobreza extrema, en donación total a los tuaregs, hasta que en 1916 una banda de ladrones acaba con él.

Diez congregaciones y ocho asociaciones de vida religiosa viven hoy el carisma del nuevo santo en lugares pobres, especialmente donde el cristinismo es minoritario o inexistente, mayormente en paises musulmanes. Todas ella se denominan Hermanitos o Hermanitas (Petits frères o petites soeurs). Debemos vivir -escribió Charles en el Reglamento para los Hermanos en 1902- una vida muy pobre; todo en la Fraternidad debe ser conforme a la pobreza del Señor Jesús, los edificios, los muebles, los vestidos, la alimentación, la capilla, en fin, todo.

La gloria de Bernini y el esplendor de la canonización en Roma ha cogido a hemanitos y hermanitas de todo el mundo como lo hubiera hecho con el santo en vida, un tanto incómodos, acostumbrados ellos al silencio, a la pobreza, a la sencillez en todo. Pero, al fin, contentos de que el ejemplo de su fundador o inspirador sea mejor conocido, y de que la Iglesia le proponga como modelo para todos, pero sobre todo, recordando su vida  y  su conversión, para muchos cristianos indiferentes, para muchos europeos olvidados de la fe de sus mayores, y para muchos musulmanes, con los que en su tiempo Charles vivió y convivió, y a quien llamaban Marabout: morabito (hombre de Dios).