Me sumo desde aquí, aunque un poco tarde, al homenaje rendido en Madrid al que fuera durante ocho años secretario general de Escuelas Católicas, el salesiano Manuel de Castro. El ministro de educación, Ángel Gabilondo, le entregó en el salón de plenos del Consejo de Estado la Encomienda con Placa de la Orden civil de Alfonso X el Sabio, en presencia de políticos de varia significación, sindicalistas, asociaciones de padres, escuela privada y pública, religiosos y hombres de la cultura… pero no de representantes de la Conferencia Episcopal, de la que Castro tuvo que sufrir en sus años de oficio no pocos desaires y disgustos. Todos los que hablaron resaltaron la capacidad del ilustre salesiano para conjugar la defensa firme de sus principios (los de la Escuela católica) con la de saber escuchar y dialogar, así como -en frase del ministro- su templanza y mesura, que algunos confunden con tibieza. Manuel de Castro nos enseñó, en la delicada etapa de la Educación para la Ciudadanía mucho de cordura y mucho de sentido común, que faltó tanto dentro del Gobierno español como de la Iglesia española. Seguro que quienes vieron en Castro un enemigo infiltrado, le verán ahora como un enemigo premiado y condecorado. Muchos le vemos, en cambio, como un hombre de Iglesia y de Sociedad (de Estado, dirán algunos), a quien le debemos reonocimiento y gratitud.