La parábola del Hijo Pródigo

 

           Aun rompiendo por un día el silencio, que me he impuesto hasta el día 25, no puedo menos de recordar, tras escuchar ayer en la misa del domingo la parábola del Hijo Pródigo, la sorpresa que sufrí, hace un cierto tiempo, cuando supe que los mejores, o muchos de los mejores exégetas de nuestro tiempo, tanto católicos como protestantes, la consideraban una creación del evangelista Lucas. Al parecer de tales sabios biblistas, solo cuatro de todas las parábolas que aparecen en los evangelios tienen la condición de candidatas al codiciado honor de remitirse al Jesús histórico: El grano de mostaza, Los viñadores perversos, La gran cena y Los talentos/las minas.

La parábola del Hijo Pródigo, tal vez la más bella de todas, tiene toda la pinta, por su estructura literaria, por las fuentes de su inspiración, por su vocabulario, por su sintaxis, de ser obra del evangelista griego llamado Lucas, seguramente maestro, predicador, dirigente de una o varias comunidades, hacia el fin del siglo I, que tenía tiempo para escribir pequeñas obras maestras -otras doce parábolas que aparecen en su evangelio también serían suyas-, antes de incorporarlas a su gran proyecto literario; quizás algunas de ellas partiendo de dichos o comparaciones de Jesús. Hay exégetas que afirman que, si la parábola fuera creación del Maestro, él tambien podría ser el autor del evangelio de Lucas (?). Y añaden que estudios detallados de aspectos de la parábola reflejan la clase de conocimientos de la literatura grecorromana, que cabría esperar de un cosmopolita culto en vez de un profeta judío de Galilea. Expresión, por otra parte,  de una cierta teología de la conversión, tiene todas las características de la teología del evangelista. Otro exégeta, Marc Rostoin, mantiene la teoría de que la hermosa parábola podría ser una reelaboración, hecha por Lucas, de la breve y tradicional parábola, o más bien alegoría, sobre Los dos hijos, que trae el evangelista Mateo (21, 28-32).