Fue en una entrevista para Cahiers du Cinema, en 1965. Y lo tradujo, seis años después, Joaquín Jordá en Cuadernos Anagrama. Años de Mao, del Che, de Ceaucescu, dei sovietismo general de los intelectuales europeos. Pero aquel genial cineasta francés, que acaba de dejarnos, se negaba a declararse de izquierda y decía con guasa: Hoy, primero hay que hacer un acto de fe en la izquierda, después de lo cuasl todo está permitido. Y continuaba el autor de los deliciosos Contes moraux: Yo también soy partidario -¿quién no lo es?- de la paz, la libertad, la extinción de la pobreza, el respeto a las minorías. Pero no llamo a eso ser de izquierdas. Albert Camus había hablado poco antes del crimen ataviado con los despojos de la inocencia, y Rohmer, cuatro años antes de la invasión de Praga, escribía: Ser de izquierdas es aprobar la política de algunos hombres, partidos o regímenes precisos que se denominan así, lo cual no les impide practicar, cuando les conviene, la dictadura, la mentira, la violencia, el favoritismo, el oscurantismo, el terrorismo, el militarismo, el belicismo, el racismo, el colonialismo, el genocidio. Lamentaba en fin el creador francés la servidumbre del Estado cultural frente a la independencia creadora, y le reprochaba su intransigencia, su limitación, sus excesos: Impulsa al encarcelamiento, a la masacre, a la destrucción; desconoce la indulgencia, la tolerancia, el respeto al adversario.- Fue Eric Rhomer un precursor, un hombre libre, un valiente. Reconforta compararle ahora con cientos de intelectuales de entonces, llamados de izquierda, a remolque de lo que venía de Moscú, de Bucarest, de Pekín o de La Habana.